Majo quiere malteada de fresa

«With the lights out, it’s less dangerous
Here we are now, entertain us
I feel stupid and contagious»
Kurt Cobain


Majo es una centennials. Nació en el año que más terremotos tuvo el mundo, el 2008. Claro, el asunto la trae sin cuidado, porque Majo misma es un terremoto con trenzas. Ya casi cumple 15 años y esto debe ser trascendental para ella porque vive justo en el siglo donde las personas no desean ser útiles sino importantes. Por eso, indignada por el trato que la historia les ha dado a los genios literarios, dice: «Hasta donde sé, todo el mundo quiere ser famoso, sobre todo YouTuber, TikToker o Influencer. Todos de alguna manera quieren ser Messi o Shakira. Y lo digo ahora, en diez o veinte años, querrán ser otros».

     Si Majo tuviera más edad, creeríamos que es una crítica cultural insufrible. Pero sus diálogos son espejos de la sociedad, no introspecciones agudas, y el viaje por su imaginación está registrado en un cuaderno íntimo donde descansan todas y cada una de sus palabras. Y es que este universo femenino, singular y privado, lo encontramos en «El diario de Majo» (2024), el nuevo libro del poeta, filósofo y guionista pereirano Andrés Galeano, ahora disponible para un público amplio y gracias a Enlace Editorial de Bogotá que ha impreso un texto elegante en su diseño, con una temática moderna y fresca. Aunque aclarando que no solo estamos frente a un título más, sino delante de un cuento con mucha creatividad de parte del autor, quien nos plantea el divertido y curioso mundo de una adolescente cuyo nombre de pila es María José Acosta.

     Aunque despacio, ¡venga!, no hay que llamarla por su nombre completo (eso lo hace una mamá enojada), mejor es decirle «Majo» y eso que ella misma prefiere llamarse «Supermajo», o al menos así es como firma uno de sus poemas dedicado al hámster que amó:

«Maldita rata de mi corazón
el mismo día en que partiste
decidí retar a Dios.
Tu regreso, por mi buena conducta.
Aún espero su respuesta».

     De igual manera, más adelante sabremos que en su imaginación desea que le caiga un rayo, no para morirse, sino para decir: «Solo quiero tener superpoderes. Ser Supermajo». Obviamente el regaño de su madre por tal pensamiento la regresa a tierra. Pero ella persiste en su idea de ser diferente para lograr cambiar algunas cosas. Algo entendible y tierno al extremo, pues su familia fue víctima de la violencia armada del país, y como todo hogar, busca la paz y la armonía. Y esta es la Majo que nos dibuja Andrés Galeano. Una chiquita espontánea, libre, y curiosa con todas las cosas, ya que su mayor sueño es ser una escritora reconocida en vida y no en muerte. Es más, su tío Martín percibiendo su carácter de pony indómito la llama de cariño Mafalda, porque igual que la caricatura, sabe que el mundo da vueltas y por eso quiere bajarse.

     Y este peculiar tío es un pintor excéntrico a lo Dalí y un cinéfilo tipo Andrés Caicedo, que quizá es la figura del «gran hermano» en Majo, no ese que la vigila, pero sí que le enseña sobre teorías de conspiración, fantasmas y ovnis cuyo objetivo es que la jovencita tenga una mente crítica, que no se trague el camello y cuele el mosquito. Este pariente díscolo de Majo es parecido al televisor antiguo de la casa, es el extraño de la familia, el loco, pero como los locos y los niños siempre dicen la verdad, ambos se vuelven dos caras de una misma moneda. Esta afinidad le fascina a ella y la conduce a sentir reverencia por aquel intelectual, es decir, por aquel outsider, incluso afirma con orgullo: «Sí, lo sé, soy la sombra femenina de tío».

     Aunque este personaje no es el único faro que ilumina las inquietudes de la adolescente, también los profesores del colegio Sagrado Corazón de María le enseñan cada cosa según sus asignaturas, a la par, que internet se vuelve, poco a poco, su mentor privado. Así es que se convierte en vegetariana, le disgusta Wikipedia, tiene conceptos propios gracias a fragmentos filosóficos que encuentra en las redes sociales, y además aprende historia por televisión, ¡por televisión! Es claro, ella no es el caviar entre las gomitas, pero sí desea marcar la diferencia alrededor de sus amigos, pensar como grande frente a los adultos y eso la hace única.

     Con «El diario de Majo» Andrés Galeano ha sabido captar la esencia de los adolescentes y los momentos típicos familiares y sociales por los que pasa cualquier joven o jovencita que viva en la ciudad. En su libro se retrata con creatividad las situaciones de los centennials y los hijos nativos de la nube; esos que tantean el mundo a sus anchas y deben sortear los hechos del pasado o las incertidumbres del futuro, y cuya mejor defensa siempre será en ellos la tecnología y los medios de comunicación.

     «Majo», sin duda, es un ser adorable, y en su ingenuidad caemos los lectores rendidos sin cuestionarla, solo siguiéndola en su odisea juvenil. Por eso más que un título para entretenernos, encontramos en cada página de «El diario de Majo» lo que sucede en un continente o en un vecindario, todo, gracias a una pequeña que no tiene pelos en la lengua, a un tío ilustrado que se resiste a ser parte del sistema, y a unos profesores que trasmiten pasión por el conocimiento a sus alumnos.

     Finalmente, frente a situaciones que los demás creen, ella no puede entender a causa de su edad, dice con un bonito orgullo infantil que nos deja pasmados de emoción: «Puede que tenga 14, pero no soy tonta. Sé cómo funciona el mundo. La televisión, las series y las pelis me lo han explicado demasiado bien». Y esto es cierto, porque en las palabras y desde la imaginación de Majo podemos saber sobre la guerra, el oficio de enseñar, la compasión hacia los animales, los barullos de la política, el machismo reinante, el bullying escolar, la inseguridad ciudadana, el sufrimiento del arte, y lo más importante, el don la amistad.

     Y así, este relato íntimo escrito en dos meses, según ella, nos atrapa y nos hace querer al personaje principal y los secundarios desde el inicio hasta el final, porque percibimos la sinceridad desnuda de una Mafalda que todavía no quiere bajarse del globo sin opinar sobre algunas cosas que encuentra mal. «El diario de Majo», de Andrés Galeano, es un libro para leer, sentir y pensar.

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