Kádosh, el profeta de la lotería

«La vida es una aventura atrevida o no es nada».
Helen Keller


Cada mañana, desde un centro de beneficencia religioso en la Avenida del Río, un hombre delgado como un chamizo, de más de 70 años de edad, y autonombrado Kádosh, sin otras posesiones que unas chanclas hechas de llantas, tres collares coloridos, una biblia ajada y dos afiches, se levanta parsimonioso y con fe pensando en llegar a su lugar de trabajo: el parque El Lago Uribe Uribe de Pereira.

     Se encaja su Taqiyah en la cabeza, un tocado tipo musulmán que en realidad es una gorra de fútbol sin visera ajustada con un resorte estampado, y sale de su pensión igual como se despierta, así, tal como se acostó la noche anterior. Eso sí, no parte del centro de beneficencia sin antes rezar el «Padre nuestro» tres veces y de rodillas, y pidiéndole a Dios que sea un día próspero para él y que conozco nuevas personas, rogando que todos sus actos y palabras sean la voluntad del altísimo.

     Es claro que el hombre no necesita otra plegaria y ni conoce otra tan efectiva y directa, pues según él, esta habla de pedir el alimento al padre y solicitar perdón, y eso es todo lo que Kádosh necesita. Su trabajo, o lo que él dice que hace, en realidad no es una labor formal como cualquier oficio de ocho horas o más, sino que vende dulces tostados y derretidos por el sol, asesora a la gente en productos de Herbalife, y ofrece lotería vencida cuyos números, asegura, pueden ser los ganadores. Pero no solo se limita a esto, pues al llegar al parque El Lago Uribe Uribe se deposita en una banca de cemento al frente de la estación del Megabús, acomoda sus dos afiches religiosos en un caballete y comienza a leer la biblia y a esperar como un santo a que se acerquen los curiosos.

     «Yo llego a las ocho de la mañana y me voy a las seis de la tarde». Afirma con el mismo tono resignado de un niño cuando dice «Yo voy a la escuela en la mañana hasta el medio día». Se siente orgulloso de su labor y por eso mide el tiempo en función de su llamado a predicar la palabra de Dios, sí es que por predicar se entiende que los curiosos se acerquen a preguntarle de qué se trata la religión que profesa, por qué tiene barba y gorro corto igual al de los musulmanes y cuál es la idea de vestirse como un gurú oriental.

     Quienes lo conocen y lo aprecian, lo hacen, porque Kádosh ya es familiar en el sector y algunos le llaman de cariño: «El cura», «El flaco» o «El viejo» y lo invitan a tomar café o colada de ʺMaizenaʺ, acompañados siempre de un buñuelo o una almojábana fresca; quienes no lo consideran o lo miran con indiferencia, saben que sus enseñanzas son un cóctel de ideas, pues dice que predica la Toráh, pero enseña con una biblia de los Testigos de Jehová; menciona los libros del Antiguo Testamento con aparente conocimiento de causa, y afirma sin inmutarse ni parpadear que Salomón fue homosexual, David un asesino, Moisés un traidor y Elías un demonio.

     Los más racionales lo tildan de loco, y los otros, los sensibles o despistados, ven en el hombre un profeta inspirado, un sabio que tiene la boca bendecida y ungida por Dios. Sin embargo, cuando él habla de sí mismo, sus excentricidades tanto externas como internas afloran. Así es que dice con voz de abuelo: «Yo vengo del África, de allá es mi hogar». Pero claro, Kádosh no es negro, ni cimarrón, ni es del continente africano, sino del Atlántico, de la costa norte de Colombia: «Lo que pasa es que hace miles de años nosotros éramos de allá. Luego los españoles nos sacaron de nuestra tierra, nos llevaron a España, luego a Estados Unidos, después nos trajeron en barco hasta la costa colombiana, y por eso nací en Repelón, Atlántico».

     Sus ideas, como su aspecto, no cuadran, pero esto es lo de menos, porque cuando los niños corren a mirar a ese hombre extraño, los padres los amenazan con la idea de que «El viejo» se los va a llevar en un costal y salen despavoridos. Así es que, junto a la fuente central que vista desde el aire dibuja una mariposa, cerca de los venezolanos que flotan en la ciudad, y alrededor de las flores maduras entre el follaje verde, el hombre también es parte del inmobiliario de El Lago Uribe Uribe de Pereira. Cuando no viene, la gente lo extraña e intuyen lo peor, incluso, una vez llamaron a la policía para pedir explicaciones por su retraso; pero cuando está presente, encuentran una buena excusa para sentarse hablar con él y encontrar algún consuelo a través de la palabra que pregona y los consejos sensatos que brinda al que los necesite.

     No es posible y nadie está capacitado para saber si la gente pierde el tiempo ahí, si aquel es un hombre falso o verdadero, si solo sobrevive como los demás, o es un personaje más del pueblo. Lo cierto es que el hombre habla de varios temas, pues esconde un carisma único en medio de una personalidad singular y eso es lo que atrae a transeúntes y curiosos. Por eso, cuando los cristianos evangélicos, celosos de su verdad, vienen a disputar con él, Kádosh saca sus balas doctrinales para ajusticiarlos en su mismo campo: «Jesús significa ʺHe aquí el caballoʺ. Ese viene del hebreo y si quiere se lo explico. Deben entenderlo de una buena vez. Es más – continúa-, Jehová es el Dios de la oscuridad».

     Los protestantes se indignan, y sin medir palabras, lanzan juicios bíblicos sobre «El viejo», pero eso a él le resbala, ya que tiene claro, o al menos está convencido, de que el cielo no existe, sino que al morir seremos polvo igual que Adán, el primer padre, del que afirma, fue inmortal porque no tuvo ombligo ni suegra. Aunque, por otro lado, quizá a causa de un lapsus momentáneo, insiste en afirmar que todos los seres humanos son eternos, y que cuando Dios le hace un guiño a los suyos, lo hace para que vayan a residir a otro cuerpo. Una doctrina que, según dice, le fue revelada un martes a las 9:00 A.M. mientras desayunaba calentado con café oscuro, y cuando saboreaba por el camino dos empanadas que pidió para llevar.

     Lo curioso de todo esto es, que al preguntarle su nombre real se niega rotundamente. Una renuencia que le confiere una áurea de misterio, ya que considera que decirlo sería revelar quién es y sus oyentes o interlocutores podrían robarle el alma. Y este hermetismo traído de los cabellos es lo que tiene hechizado a los ciudadanos. «Solo dígame Kádosh, porque todos somos Kádosh, no hay diferencia». Y deja zanjado el asunto, para, según él, no propiciar la desigual humana con eso de los apellidos, en especial en Pereira. Como sea, y luego de un par de preguntas más, se sabe legalmente su nombre: Éder Abel Serna. Nombre, que arguye, significa, Éder, «para siempre» en hebreo, y Abel, «árbol frondoso» en la misma lengua.

     Sin embargo, todos los demás deben llamarlo Kádosh, así, por su nombre divino, sin importar que suene tildado en la «á», aunque en el hebreo no exista tal puntuación, y ni la palabra signifique lo que afirma que es: «Justicia». El término ʺKadoshʺ se traduce como santo, separado o diferente, pero ni lo sabe, ni le interesa saberlo, porque le dijeron que significa «justicia» y frente a eso, agregar algo más sería pura y física necedad.

     «Cuando pregunto: ¿Qué piensan que soy? La gente cree que soy un musulmán etíope» dice, y es cierto, ya que trasmite esa percepción social gracias a su aspecto medioriental que, junto con su barba cana y su piel acaramelada, lo hace ver como un árabe, un talibán o un imán.  Y por esta apariencia ha tenido problemas con las autoridades, ya que la Alcaldía de Pereira le ha prohibido en varias ocasiones predicar al aire libre sin una licencia ministerial. Él llama a estos impedimentos municipales «persecución» y «tribulación» y afirma que eso ya estaba profetizado en la biblia y «es necesario que se cumpla» la palabra divina. Sin embargo, hizo algunas gestiones rápidas, y su organización, que no tiene nombre, ni sede, ni líder, tramitaron un permiso especial desde el Ministerio del Interior para evitar ser molestado en la calle, y por eso muestra siempre un carnet fotocopiado y laminado.

     «Hay que predicarle a la gente que dejen las posesiones. En eso consiste agradar a Dios. Es mejor caminar a pie que en carro. Vestir modestamente, que con tanto lujo. Ser admirado por el todopoderoso y no por las personas comunes». Enseña ideas así, sin vehemencia ni convicción, y hasta ahora ninguna persona, o por timidez, o por respeto a sus palabras, ha sido ganada para la causa. Los que conversan con él toleran algunas herejías bíblicas, escuchan con paciencia cómo despotrica sobre la arquitectura de la iglesia San Antonio María Claret, pero cuando empieza a hablar de «dejar las posesiones» y «seguir una vida austera», todos se espantan como niños asustados y jamás regresan. «La gente ha confundido ser con tener» dice con resignación.

     Y en esencia, Kádosh parece no necesitar dinero. Sin embargo, en una discusión con un Adventista, donde aseguró no tener cédula por ser esta la marca de la bestia, su detractor le lanzó una estocada directa a su credibilidad: «No mienta, la otra noche lo vi apostando al Cafeterito y mirando los resultados de la lotería de Risaralda». Kádosh hace silencio igual que Job, ejercita su paciencia e ignora a su interlocutor, regresando a leer la biblia como si nada hubiera sucedido. Masculla: «Estas doctrinas no se pueden enseñar a cualquiera. No se lanzan perlas a los cerdos. ¡Oh Dios, cuantos se levantan contra mí!».

     Se consuela en sus versos bíblicos y en sus lecturas meditadas, mientras espera que termine el día para regresar de nuevo a su pieza en el centro de beneficencia en la Avenida del Río, donde lo espera una cobija y una ración de sopa caliente. Aunque antes de irse, termina la charla con los últimos transeúntes afirmando que los gringos descienden de Babilonia y que los indios americanos fueron colonizados por los italianos. «Lo que pasa es que ellos –los gringos- llegaron en barcos trayendo la maldad de Babilonia, por eso es que ellos manejan todo el dinero, igual que Baal, para dominarnos a todos».

     Se levanta de su silla, sale con su bastón, sus afiches, su chaza de dulces, y emprende su camino a pie hasta su residencia, evitando el olor de los chorizos del parque, las fritanguerías, y los restaurantes lujosos, pues durante el día recogió menos de veinte mil pesos, con los cuales comprará algunas medicinas, un par de arepas, pan con queso, o guardará la ofrenda para dejar en el centro de beneficencia que lo recibe desinteresadamente y sin ánimo de lucro. Lugar desde el cual partirá al día siguiente hacia el parque Lago Uribe Uribe, con las mismas ideas y esperando la misma misericordia de Dios y de los hombres.

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