El juego de los iniciados

«La muerte no es la mayor pérdida en la vida. La mayor pérdida es lo que muere dentro de nosotros mientras vivimos».
Norman Cousins


Hay una extraña forma de como muere la gente en la ciudad.  Del cien por ciento de los casos (sea este 100%, 10 o 20 personas muertas por día) el noventa por ciento queda sin resolver, y no precisamente por falta de investigación judicial, sino porque la mayoría de esas muertes son inexplicables. Aparentemente no hay una razón, ni una pista, ni siquiera un indicio de cómo y porqué alguien murió.

Esa frase: “eran tan buena persona, pues no se metía con nadie” tiene un fundamento basado casi, que en una realidad. Quien murió, no era el que debía morir. Simplemente se eligió que debía morir. Y aquí es donde la muerte se vuelve un juego infame. Porque quien vive o muere, se decide en la palestra de un viejo juego callejero llamado: “soy dios y tú eres mi creación”. Una lúdica que poco o nada tiene que ver con un contexto o pretexto religioso, sino con un pasatiempo tanatico: decisiones azarosas, sobre la vida y la muerte.

¿Y quiénes son los jugadores que ganan o pierden? Ninguno. Porque no es algo que existe como una institución o club o grupo. Es un momento de inspiración del que cree tener en sus manos  una herramienta de dominación, sea fuerza bélica o influencia violenta, para decidir sobre quién y cómo debe morir. El quién, siempre ha sido una incógnita, el cómo,  una forma unilateral de jugar: ver morir.

El juego “soy dios y tú eres mi creación” se realiza de la siguiente manera. Se toma siete balas en las dos manos  y se baten como jugando a los dados. Luego se sueltan sobre una sábana blanca (porque simboliza la vida por su color  y la muerte por su utilidad de usarse para envolver a un difunto) y el jugador debe buscar una letra del abecedario cualquiera en ese caos. Si el participante ver una letra D por ejemplo, tiene que decir un nombre cualquiera que se le venga a la mente y que empiece con esa letra. No puede pensar mucho, porque si no el beneficio pedido a un Santo Criminal no le será concedido y beneficio que mayormente es protección contra sus enemigos.

Así entonces, siguiendo el ejemplo, si cree ver la letra D, puede decir “Dagoberto”, seguido con la frase: “Dagoberto, soy dios y tú eres mi creación” después el  jugador tendrá solo una hora para salir y matar un hombre con ese nombre. Y la pregunta clave es ¿cómo lo halla? Simplemente nunca lo encuentra, porque “Dagoberto” solo existe en la mente y en el juego “soy dios y tú eres mi creación”. Entonces al salir por la calle y ver la oportunidad precisa para matar a un hombre cualquiera, lo asesina sin conocerlo y luego repite: “Dagoberto, soy dios y tú eres mi creación”. Inmediatamente -según la superstición del juego- el que mata tendrá cobertura espiritual contra cualquier tipo de delito en la ciudad. Así se hicieron refama algunos granujas en Sao Paulo, Colombia, Venezuela, Puerto Rico u otras latitudes, porque también en estos y otros países se adoptó el juego de matar para vivir y se puso como una moda entre los suburbios más rancios de las capitales.

Los investigadores no paran de preguntarse el porqué de tales muertes. Al hacer conexiones encuentran rotos los puentes y se dificulta encontrar a un culpable preciso. La hipótesis criminalísticas y judiciales involucran a un primer y segundo circulo de personas conocidas por el occiso buscando un presunto culpable. La opinión general y las instituciones presionan por resultados. Se busca eficacia y efectividad en resolver un caso de estos, ya que lo que se necesita es aplacar la sed de justicia (venganza) de los parientes, y reforzar la idea de vivir seguros en la ciudad mientras sus habitantes trabajan o duermen.

Al final, cualquiera es apresado y termina pagando una condena larga, para comprobarse años después de que era inocente y confesando –sin vergüenza alguna- que cometieron una grave equivocación. Es al abrir las rejas de la libertad para soltar al presunto implicado, que no hay nadie que presente disculpas sino solo pronunciamientos vagos sobre que se ha cometido un error y que no volverá a suceder nunca más, prometiendo abogar por una reforma a la justicia.

En cierta forma, la justicia también juega a “soy dios y tú eres mi creación”. No hay diferencia. Los elementos están presentes: un crimen, un asesino anónimo y un culpable con un nombre listo. El juego está consumado. La ciudad sigue su vertiginoso curso ignorando este juego donde todos parten de una u otra manera, unos como jugadores, otros como víctimas. Cada día pasa esto. La suerte está echada. Quien no cree en dios, ni en los juegos e intenta negar con ello la existencia de tales entidades, no posee más transcendencia que el que si cree y se previene, aunque la muerte llegue como una suerte inesperada.

De la misma forma la gente se gana la lotería, o encuentra la muerte en alguna esquina de Bogotá, San Juan, Caracas, o Sao Paulo. O eres dios, o eres su creación; o eres los dos o no eres ninguno. Lo cual hace susceptible a cualquiera por el solo hecho de ser humano, o ser un civil en una ciudad de cualquier país.

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