El diario de un padre: Mi existencia en ellos

 

«En cada niño nace la humanidad».
Jacinto Benavente


El pan escaseaba. Era lo único que habíamos comprado en el mercado y para lo único que nos alcanzó el dinero. El cuerpo se pone tembloroso y se siente un vacío muy feo en el interior cuando es hora de comer, por eso era necesario tener algo listo, aunque fuera solo pan. Nos mirábamos a los ojos y lamentábamos ser esclavos de todas esas químicas mantecosas internas que nos controlaban de tiempo en tiempo.

Así que acompañábamos el pan con un par de aceitunas sin hueso y una pequeña lonja de queso. Días antes un amigo nos había dicho que la sal y la manteca serían mejor para controlar el cuerpo. Y al pensarlo nos pareció lógico, pero la economía no daba para grasa sino para trigo. Teníamos por costumbre ese dicho: “hay que ganarse el pan”, y ahora parecía raro escuchar por ejemplo: “Hay que ganarse la grasa”. Nuestro amigo era carnicero. Él sabía de carnes, grasas y esas violencias hacia los animales. Fue extraño el consejo pero no lo menospreciamos.

Y la que necesitaba trigo era Maudy. Ella aun no entendía lo que era pasar penalidades y menos sobre los esfuerzos voluntarios de la familia que religiosamente se llaman “ayunos.” Ella debía alimentarse, porque lo necesitaba. Para ella era algo normal. Y ella no necesitaba pedir, solo recibir, pues en ese tiempo tenía cinco meses y aun no nacía. Estaba guardada en la casa más femenina del mundo: el vientre de Isabel. Nuestra expectativa era que un día nacería. Si hubiéremos mirado al mundo y sus preocupaciones nos hubiéramos hundido en sus aguas turbulentas para caer al oscuro fondo de las malas decisiones. Aquellos que están dentro de este fango, optan por abortar. Le tienen miedo a lo bello y hacen lo que creen que es normal porque solo ven obscuridad a su alrededor.

Nos consolaba la idea de saber que ella aun no nacía y que por lo tanto no estaba enterada de qué se trataba todo esto de vivir entre los demás. Bastaba con saber que un día estaría en el mundo de los hombres y las cosas y en su raciocinio lo entendería todo y lo juzgaría según su percepción; que llegaría a comparar la naturaleza de los hombres encontrándolos o brutales o bondadosos; y que comparando los animales, se enteraría que hay algunos que por muy feroces que sean, solo matan para sobrevivir, sin quitarse la comida o almacenando para crear hambre.

Sabíamos que tendría la capacidad de asombrarse cuando viera que los hombres no distinguen su mano derecha de su mano izquierda, y que se desolaría cuando se entere que la comida no es un derecho natural sino un privilegio. Es seguro, y podíamos preverlo, que se llevará su mano a la boca sorprendida, cuando leyendo se enterara que la tecnología no nos ha hecho más inteligentes que un primate comiendo banana desde hace siglos, y que el progreso moral no va a la par con el progreso económico, sino que fue dejado atrás, como se dejan las reliquias abandonadas. Maudy nacerá sin conocer previamente nada de esto, porque la historia de la humanidad es un prontuario infame.

Maudy pide el pan puntualmente. Aunque hay poco trigo, Isabel, Mateo y yo nos sacrificamos por un bien común: una nueva integrante de la familia. Mateo en ocasiones se pone tenso: hay que darle de comer, y en esta ocasión los sacrificados somos dos: Isabel y yo. Pero como Isabel está embarazada, al final el que lo sacrifica todo soy yo. Parece una calamidad, pero no lo es. La vida y la familia nunca lo será, aunque está institución sea tan moderna como la época industrial.  Hay gente que no quiere tener hijos, pues creen que se enfrentarán a problemas como estos. Pero realmente es una excusa.

El sexo libre es una moda que nadie entiende y cuando se enfrentan a la realidad del sida, culpan a todo mundo, menos a las decisiones nacidas de órganos caprichosos. Por eso todo ese jaleo del derecho a despenalizar el aborto, la aceptación de la pedofilia, la eutanasia y otros desvaríos más. Estas ideas son un grito que intenta erradicar una especie de juicio social muy arraigado. Pero la gente solo sigue un instinto gregario básico: El impulso de reproducción, y no entiende los argumentos que contradicen la conciencia, aunque Freud, Kinsey o Paul R. Ehrlich justificaran sus perversidades personales.

Yo decidí tener una sola hija. Mateo es hijo de Isabel, y es hijo de una noche. Contar todo lo que le sucedió sería unas pinzas muy largas. Sólo sé que el amor no es graduado de biología y de quién sea el padre de Mateo no interesa. Se necesitan dos para crear otro cuerpo, pero con una sola persona basta para crear un alma en otra persona. He decidido ser ese tutor, pensando que quien escribe en el alma de un niño escribe para siempre. Nadie me pidió hacerlo. Lo hago como siguiendo un sano instinto gregario. Algunos tienen sus razones para hacer algo así. Yo solamente sigo las pulsadas de la existencia. 

Leer produce una conciencia así. Leer por ejemplo a Cohélet o al eclesiástico. Ese libro de la biblia no habla de religión, habla de existencia aquí y ahora. Ahí se da cuenta uno de la banalidad de la vida y de que nacemos desnudos y nos vamos igual. Que después de nosotros el sol seguirá saliendo con su misma intensidad y el tono de la noche seguirá siendo el mismo. Que somos advenedizos, y que todo lo que uno haga ahora tiene una trascendencia eterna.

Y no, no es usar una jerga religiosa ni nada de eso, es que las cosas son como son. Pero no pasemos linderos. No es necesario tomar un tono apocalíptico. No eso no. La falta de pan para comer es ya una catástrofe y no es necesario apelar a la benevolencia de nadie para suplir esa necesidad básica. Lo que falta es mucha reflexión sobre el asunto, aunque de ésta pocos coman.  Mateo pide a Isabel y Maudy pide través de Isabel. Isabel me pide a mí.

Así es la cadena familiar  y lo menos que se espera es poder uno irse a la cama con una actitud silente. Aunque esto no justifica que sea un padre bondadoso, porque el mayor ejemplo de bondad lo enseña el planeta, que con el hacinamiento de siete mil millones de habitantes, todos los días produce carne, pescado, leche, huevos, pan. Y que ante personas buenas y malas siempre hace caer su lluvia refrescante. Yo pienso sobre esto. Aunque no todos piensen sobre esto.

Las ciudades es un ejemplo de como el hombre aún sigue buscando su razón de ser. Los niños que nacen, creen que las ciudades han existido siempre. Les parece extraño la naturaleza y la tildan de anticuada. La naturaleza de las personas tiene un tinte social. Por eso es que comen solos y extrañamente piensan que si ellos están llenos los demás también lo están. Es una mentalidad al revés como la piel de un conejo.  El sentido de responsabilidad social está al revés. El trabajo es un lujo igual que comer bien. Sin embargo me esfuerzo para traer más que pan a la casa. Debo hacerlo, de otra manera cómo podría sostener mi existencia en la de Isabel, Mateo y Maudy.

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