Killing Them Softly: América no es un país, es un negocio

«Un hombre vulgar puede acabarse lo mismo que un gran hombre.»

Arthur Miller


“Killing Them Softly” (2012), es la película del neozelandés Andrew Dominik sobre gánsters, que contiene unos diálogos sumamente curiosos, y que nos recuerda el estilo de las producciones neo-noir de directores como Quentin Tarantino, Cormac McCarthy, Guy Ritchie o Michael Mann. Diálogos que son intencionales (no faltaba más), estúpidos, sarcásticos, inteligentes y egoístas, que muestran el lado risible y absurdo  de los hombres que han decidido incursionar en el mundo del hampa; aquellos que antes de cometer un delito, se persignan, hablan de sus familias, comentan las últimas noticias locales, o que toman laxantes para poder expulsar los cochinos nervios. (Comparece con Reservoir Dogs de Tarantino por ejemplo).

Pero disparemos corto, ya que Jackie Cogan, interpretado por Brad Pitt, es un gánster inteligente, o al menos uno que parece organizado, y que conserva el estilo del lobo solitario. Así entonces, es que es contratado para ajusticiar a dos estúpidos ladrones que deciden atracar una partida de Póker, barajada, irónicamente, por otras personalidades del hampa.  El diálogo previo al crimen entre los dos ladrones, se torna absurdo, hablan de todo menos del delito, y en el momento del robo, los mismos criminales que se deleitan con las cartas y las apuestas, acceden a ser robados como si se trataran de ovejas dóciles y expuestas a ser trasquiladas por su lana.

Pero Jakie Cogan, sorprendido por la estupidez humana de los delincuentes, decide contratar a otro criminal, Mickey (James Gandolfini) para hacer este trabajo, pero este ha decido dejar de matar, pues ha entrado el peor asesino a su corazón: el miedo, y lo ha vencido. La aparición de Gandolfini, esta leyenda del cine noir y gansteril, no deja indiferente al cinevidente. Por supuesto que no. Por lo que al final el mismo Jakie Cogan, con una suave maestría, termina encargándose él mismo del trabajo para ejecutarlo de manera casi perfecta y limpia.

Esta obra filmográfica es una alegoría que contiene una mordaz crítica al sistema capitalista de un país que se ahoga en un mar de prosperidad económica: Estados Unidos. Es el juego de las palabras que revela la verdadera intención y personalidad de los delincuentes. Muchos de ellos ejercen su función de ladrones, asesinos o traidores de la misma manera como harían un trabajo honesto: con naturalidad y puntualidad. (Nada que no deje de recordarnos a Adolf Eichmann o a John Demjanjuk). Es cierto que Estados Unidos es un país, que bajo la premisa de libertad para todos, avala una sociedad sin jerarquías, sin moral, dominada por el principio del dinero. Y Cogan parece ser un capitalista que trabaja por amor al dinero, sin importar si su nación es legítima o no, o si posee grandes ideales, o si el destino manifiesto fue un eufemismo más para dominar, colonizar y justificar el comienzo de una nación.

La película de Dominik está cargada de una crítica directa a la política monetaria de Norteamérica, el país que tiene su poder y confianza en el dinero, bajo el lema numismático impreso en su papel moneda: “In god we trust”. Una de las polémicas frases de Cogan (Pitt) es la que dice en reacción al discurso del presidente de los estados Unidos, Barack Obama cuando este dice: “somos y siempre seremos los Estados Unidos de América. En este país nos alzamos o nos caemos como una nación, como un pueblo”; Cogan agrega: “Este tío quiere hacernos creer que vivimos en una comunidad, no me hagas reír. Yo vivo en América y en América estás solo. América no es un país, solo es un negocio”.

No hay duda que la frase es  un sarcasmo sobre el Slogan “Yes, we can” de la era Obama. Sobre la superioridad y el deterioro de un país que se erigió como una potencia, pero que se corrompe lentamente por dentro, como lo hizo en otrora el imperio romano o la misma cultura maya en Latinoamérica.

Es cierto que la película no es original, no al menos en contenido, pero muestra una simetría entre el funcionamiento del crimen organizado con la crisis económica que atraviesa la gran nación estadunidense. No puedo dar un 10 ni un 1 al film, pero si un 7 porque lo cierto es que hay que tener paciencia para ver este tipo de películas de cine negro con una buena dosis de crítica política, nihilismo y carente de tensión Spilberiana.

Un crédito merecido, en mi opinión personal, es la composición músical de la película. Al final, sueltan esa maravillosa canción de The Beatles – Money (that’s what I want) –del año de 1963. Y así entre otros aspectos de sonido que le dan densidad a algunas escenas o fluidez en el punto exacto. El reparto de autores es una gran selección para la temática que el director Neozelandés decidió tratar y la fotografía merece una especial atención por los lugares claroscuros que se escogieron para hacer interactuar  a los protagonistas.

Si se escapan cosas más elementales en la crítica de esta producción Hollywoodense, se justifica en la idea de que una síntesis siempre será eso: un resumen personal. Lo demás del trabajo  de Andrew Dominik, que no se agota tan pronto y puede ser observado por otro ojo crítico del séptimo arte, pues en los matices está la tonalidad de color y forma de una obra.


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