¿Qué hacemos con Sade?

«Sade está en los deseos de algunos, en los sueños de muchos, en las pesadillas de todos»
Ángel Pelayo González 


Al decir que Donatien Alphonse François de Sade, más conocido como «Sade», fue un escritor fantástico y revolucionario para su tiempo [y para el nuestro], me pongo entre los críticos y lectores escasos, pero no únicos, que han gozado de una prosa prohibida e iracunda, además de filosófica e interesante. Usemos este punto de apoyo para manifestar una especie de simpatía sobre un autor, que bien o mal, ha entrado en el canon de la literatura mundial. Y por eso agradecemos a sus discípulos libertinos, y a Guillaume Apollinaire, que hoy se pueda leer un artista maldito y rezagado, y también al poeta Gilbert Lyle, quien concibió una biografía impresionante y autorizada acerca del libertino más famoso de Europa que sigue reeditándose para curiosos y especialistas.

     Sin embargo, alejémonos de las ramas bibliográficas y los rescates fortuitos e históricos, y vayamos a las raíces, pues es cierto que para otros «Sade» es un despojo, una ruina en el contexto del pensamiento moderno y esto es una barrera que se ha interpuesto entre él, como pensador original, y él, como literato que conserva una imagen pública de loco erótico, disecador de mujeres vivas, monstruo y criminal delirante.

     Franquear este paso es fundamental para concebir un escritor genial, un héroe del surrealismo, y también un representante de un universo sexualmente mecanizado y desespiritualizado que echó a rodar al mundo ideas sobre el cuerpo, la construcción del sujeto, y hasta el sentido de la sociedad, tal como lo expondría luego Sigmund Freud en sus trabajos. El mismo psicoanalista [analista, mejor] que convirtió el nombre de «Sade» en una doctrina patológica, el «sadismo», o «sadomasoquismo» (pues lo hermanó con el escritor Leopold von Sacher-Masoch para lograr una terminología abultada), y así concretar aquella definición médica relacionada con trastornos hacia lo contrario.

     Si entendemos al autor de «Justine o los infortunios de la virtud» en su contexto, si lo miramos a la luz del tiempo que lo aprecia y lo juzga por su conducta, no puede ser este, bajo ninguna forma, un depravado sexual, ni un paranoico, ni siquiera un hombre con una vida al revés, ya que sus escritos son una radiografía de la sociedad francesa de su época. Simplemente, él, como Marx o Darwin o Freud, captó el espíritu del momento y lo plasmó para la posteridad, y si fue condenado por sus actos (y en efecto pasó), lo fue por asuntos más políticos y de imagen pública, que psicosexuales o literarios.

     Como sea, a «Sade» le han imputado leyendas ridículas y sin fundamento. Por ejemplo, esa de que tuvo sexo con su tía Henriette-Victoire, o que su otra tía Gabrielle-Eléonore, abadesa de un convento, le permitía ir a espiar a las monjas para mostrarles sus genitales. Quizá pudo pasar, permitámonos la duda, ya que un espíritu tan profundo como él, tan aristocrático en sus maneras, tuvo que vivir cientos de aventuras de toda índole. Su vida sí estuvo llena de excentricidades [sería imposible negarlo], sin embargo, lo que hizo de él un escritor, un profeta genial de la literatura subversiva, fue su relación vida-obra, exenta de toda discrepancia y sin mala fe. El accionar de un hombre que vivió, tal cual pensó, escribió y actuó, y esa es su trascendencia.

     Rechazando las etiquetas y los prejuicios, «Sade» fue el filósofo de la sexualidad y un fiel exponente de la llamada «Ilustración heterodoxa» que puso a la iglesia católica, y a la moralidad social de su época, en jaque a causa de su húmeda filosofía. Reinando en su límite, ahí, llega al extremo del discurso haciendo de su vida sexual una ética, incluso su «verdad», que expresaría luego dentro de una vasta obra literaria que, según un catálogo de 1778, constaba [hasta entonces] de treinta y cinco actos de teatro y una media docena de cuentos, aparte de sus libros ya conocidos y comercializados clandestinamente entre el vulgo, los libertinos y la corte real.

     Su escritura retrata la irrealidad, la falsa precisión y la monotonía de los ensueños de los esquizofrénicos. Y para entender esto es necesario aclarar que «Sade» narra y crea por placer propio y haciendo caso omiso del destinatario o lector final. Por lo que podemos pensar que su imaginación está poblada de historias escuchadas o vistas, y quizá experimentadas, ya que además de crear novelas con fuerza, poemas con intensidad estilística, relatos crudos y descarnados, describe tan finamente escenas y personajes, que nos hace creer que todo, y todos, son él y solo él mismo. De esta manera se justifica su indiferencia si tiene lectores o no, o si la crítica filtra o comprende el mensaje que transmite, porque su escritura es una necesidad casi biológica, una catarsis espiritual que solo puede sanarlo si logra encontrar el orgasmo en el objeto de su arte.

     En sus obras literarias encontramos que sus personajes no tienen moral, sino solo una sexualidad libre y espontánea, y tras esta naturaleza se mueve cada uno en un mundo imaginario que no conoce límites ni fronteras. Los sugerentes diálogos que pone en sus bocas son una oda a la nueva virtud y una invitación directa a la praxis sexual libre de prejuicios. Y esto último se siente como un discurso consistente de un Outsider, representante de otra Ilustración que busca exponer su filosofía con una honestidad brutal, que luego sería esta misma el motivo de su propia condena física y social. La piedra del escándalo, la espada de Damocles, la guillotina amenazante de su vida.

     Hasta aquí, seamos sinceros, leer a «Sade» no es fácil [quizá porque aplica una lógica implacable y reiterativa en sus obras] y por eso se juzga [con espíritu superficial] que el francés confunda materia por espíritu, arte por depravación, y trate de refundar una moral del cuerpo. Una crítica y lectura seria podría darnos conclusiones más firmes, y de ser así, es lógico que sucediera, ya que la Francia del siglo XVIII salía paulatinamente del Antiguo Régimen, se liberaba del dogma y la formación religiosa, y a causa de esto definía nuevos cánones de ética, estética y espiritualidad, donde «Sade» se convierte en un fiel reformador de una parte del sistema. ¿Por qué no incluyeron sus escritos en la famosa Enciclopedia Francesa? Es un buen punto a indagar.

     Recordemos que el programa de la Ilustración, ese movimiento cultural e intelectual francés, avala la tolerancia, aunque contradictoriamente, y para afirmarse, impulsa ataques en varios frentes: hacia la moral religiosa [El sobrino de Rameau de Diderot], hacia las costumbres imperantes [Julia, o la nueva Eloísa de Rousseau], hacia al gobierno [Historia de Carlos XII de Voltaire], y hacia todo lo que coartaba la libertad integral del nuevo hombre ilustrado y europeo.

     Bajo esa idea y esas licencias fue que el libertinaje de «Sade» empieza como provocación contra una iglesia decadente y aliada del poder, y sus teóricos, los teólogos oscurantistas. Él mismo tronaba sobre esta condición y afirmaba su misión al decir: «El auténtico libertino ama hasta los reproches que originan sus execrables desórdenes. ¿No se los ha visto acaso amando hasta el suplicio que les infligía la humana venganza y contemplando el cadalso como al trono mismo de la gloria? He aquí el hombre en el grado supremo de la corrupción inteligente».

     Corrupción, o corruptor inteligente, cuyo pensamiento y filosofía fue una fina ironía, una sátira social que expresó por medio de las artes, y con ello, incómodo a la sociedad, especialmente, cuando ataca la falsa moral, la mala fe, la traición a los ideales de los salones privados, el triple eslogan de la Revolución Francesa. Por ello su concepto de libertad, tal y como la entiende, será reducir al mínimo los poderes que atajan la capacidad creadora, y en su defensa, se muestra tal cual es en el papel y en la vida ordinaria. Y he ahí la explosión, el motivo de sus prisiones, porque una existencia genuina no es posible en un mundo homogéneo.

     Y por su sinceridad, por vivir en parte como lo proponía Rousseau (en estado natural), y en parte como sugería Voltaire (en espíritu libre y radical), fue que «Sade» pasó la mayor parte de su existencia encerrado entre el manicomio de Charenton, la fortaleza de Vincennes y la famosa Bastilla. Esta última fue, donde al parecer empezó el cambio en París, luego de que el preso más famoso [el número 6] rompiera una cañería y motivara a los franceses a cortarle la cabeza al rey y liberar a los prisioneros políticos. Como fuere, allí, encerrado por largo tiempo, conservaría la virtud estoica de sentirse libre entre barrotes, incluso, creando las mejores obras literarias escritas con tinta contrabandeada y plumas [lapiceros] hechas con huesos de pollo.

     Solo es por medio de la imaginación que «Sade» escapa al espacio, al tiempo, a la prisión, a la policía, al vacío de la ausencia [su esposa lo abandonó temporalmente], a los conflictos de la existencia, a la muerte, a la vida. Transforma todo lo que fue y es en literatura y en obras de arte. ¿No es esta la paradoja que nos recordaría, más adelante, las prisiones de Oscar Wilde, de Miguel de Cervantes, de Fiódor Dostoyevski, y hasta de Adolfo Hitler, quienes desde sus mazmorras crearon títulos literarios inmortales? Que hoy sean recordados estos escritos es un epifenómeno de la historia.

     Por eso al elegir al erotismo, «Sade» elige lo imaginario, y así es que dice con claridad y cinismo: «El placer de los sentidos está siempre regido por la imaginación. El hombre no puede alcanzar la felicidad si no acata todos los caprichos de su mente». Frase que puede confundirse con un sensualismo tipo Condillac, o una filosofía del conocimiento tal como la planteó Locke y otros.  Y aquí es donde reside el genio de su contradicción, pues como racionalista que apela a la razón natural confunde vergüenza con orgullo, verdad con crimen, pasión con ardor, y por eso cuando se burla literariamente está hablando en serio, y cuando su mala fe social salta a la vista es más sincero que todos.

     Lo cierto de su vida [más allá de la leyenda y oscura fama] es que convirtió los vicios en virtudes, pues a decir de Simone de Beauvoir: «Las anomalías de Sade asumen su valor desde el momento en que, en lugar de padecerlas como algo impuesto por su propia naturaleza, se propone elaborar todo un sistema con el propósito de reivindicarlas». Y esto reafirma lo dicho anteriormente, que parte de su grandeza es que de la oscuridad de su desgracia hayan salido las luces más rutilantes y eróticas, y con ellas, escandalizara, pero también confirmara, la realidad de una sociedad que en nada se diferencia de sus narraciones novelescas.

     «Sade» lo hizo, «Sade» descubrió las fallas del hombre ilustrado y racional: el vicio como una moral privada y natural.  Y por esa línea va su imaginación, su negro estoicismo y la búsqueda de la felicidad a través del hedonismo y la exploración del sexo, convirtiéndose él mismo en un psicólogo en lo formal, y en un verdugo, un sexópata, en lo informal. Es claro que en sus narraciones invierte el sentido de las palabras y trastoca las ideas que bosqueja. Así conceptos como maldad y dolor se vuelven sinónimos de ternura y placer; perversión y denigración en literatura y en un Ars gratia artis; y Dios y los ángeles, son el otro lado, el Diablo y sus esbirros. Con todo este sistema privado y de reivindicación «Sade» hace del erotismo el sentido y la expresión de la totalidad de su existencia y una filosofía de la sexualidad.

     Esta es su importancia, aunque también su flaqueza, ya que luego de muchos años de prisión y al tratar de integrarse al mundo, «Sade» experimenta cambios en su misma filosofía de vida. Ha sido vapuleado por el sistema y ya no le agrada lidiar con aquellos locos y alienados compañeros de celdas, sino que intenta vivir en sociedad reduciendo el escándalo a sus justas proporciones. Después de recobrar su libertad cambia su nombre para evitar caer en el juicio social y se hace llamar «Luis Desade», que evidentemente es un anagrama; también promete ir a la iglesia a arrodillarse y rezar; y por otro lado, se vuelve republicano y aboga por un socialismo integral, una abolición de la propiedad, pero todo con la finalidad de obtener su castillo y sus propiedades previamente confiscadas. (¿Paradoja?).

     Sus tiempos de gloria sexual los lleva como una marca en la carne y en el espíritu propinado por la autoridad. Ya está viejo y ha sufrido el odio y el mal en su propia humanidad, propinado, por hombres racionales e ilustrados, incluso, por aquellos que le manifestaron su apoyo.  Tiene una nueva concepción del mundo, sin embargo, el sistema real al que trata de adaptarse es todavía más perverso que cualquier otra cosa imaginada en su tiempo de juventud. Descubre, con prontitud, que cae a una sociedad regida por leyes universales que él juzga abstractas, falsas e injustas. Leyes como autorizar el asesinato en nombre de la libertad, o enviar jóvenes a la guerra para conservar la paz. «Sade» se horroriza. 

     Juzgar, condenar, ver morir seres humanos no lo tienta en absoluto. Por eso no sabe perdonar el terror y al criticar ferozmente estos hechos y el nuevo orden político, es apresado por enfrentarse a ese sistema de justicia, y en represalia lo pasean delante de la guillotina, la cual le produce una impresión mórbida. Una frase sobre este hecho es fundamental para comprender su drama: «Mi detención nacional, la guillotina ante los ojos, me ha causado más daño que el que me hicieran todas las bastillas imaginables». Al final, luego de una vida de juventud desnortada y apoyada en su propia filosofía del sexo, y una integración adulta a un sistema adulterado de un país que ama, se revela su verdadera humanidad, la humanidad de un «Sade» que busca su lugar en el mundo, y que al no encontrarlo, se escabulle por la historia y la literatura.

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