¿En qué gastar las horas en la ciudad cuando la ciudad está entretenida?
Juan Alberto Rivera
(Instantes en la urbe)
Hoy en día no hay analfabetos en Pereira, tenemos libros, tablets, bibliotecas, y por si las moscas, el Rincón del Vago punto com y Wikipedia, por lo que la lucha moderna, entonces, no es el mal contra el bien sino el conocimiento contra la ignorancia. Sobre esta idea es que leer se ha vuelto, más que un lujo, una necesidad, especialmente cuando no disponemos de tiempo, los buses hacen largos trayectos, y las filas en bancos, hospitales, la universidad, y otros lugares, se han convertido en el viacrucis moderno.
Sinceramente, estas últimas situaciones las podemos revertir, pero lo inadmisible es que los antiguos hayan sido más inteligentes que los modernos, que Tales de Mileto haya medido las pirámides con la sombra y que nosotros no podamos medir el Viaducto Lucas Villa en una tarde soleada; o que Arquímedes haya ideado el tornillo solo mirando las plantas, y nosotros apenas apreciemos ramas y arbustos cuando vamos a La Pastora, a los 2500 Lotes, o estemos en Ukumarí, nuestra África artificial. (Todo depende de la mirada, por supuesto).
Como sea, se puede aprender (y aprehender) a leer cuando por ejemplo vamos en Megabús desde Cuba hasta Dosquebradas, o desde la comuna Centro hasta La Virginia. Todo es cuestión de método. Y este método puede ser el de los alemanes y franceses que leen en esos llamados Tiempos muertos, es decir, en los trayectos aburridos del bus, en las filas obligadas de la EPS donde nunca te atienden, o cuando hay un encuentro amoroso en el Bolívar Plaza o en La Lucerna producto de Tinder. Estos tiempos y espacios muertos pueden resucitar con una lectura digital de La Aventura de los Libros del periodista Mauricio Ramírez, o las bonitas compilaciones de La Chambrana emitida por la Secretaría de Cultura de Pereira, o por qué no, un libro como Visiones Fugitivas de Óscar Aguirre, Glosas de ver pasar, de Eduardo López Jaramillo, o Calle luna, calle sol de Gleiber Sepúlveda.
De manera que, como puede ver, siempre hay opciones para leer en Pereira, ya que gracias al trabajo juicioso de algunos editores, compiladores e impresores hay un buen catálogo de autores risaraldenses por ahí. Pero claro, se puede objetar que uno también podría estar en esos lugares distraído en las redes sociales, escuchando música en el celular, o leyendo el Q´hubo, a lo cual no me opongo, sin embargo, si se trata de saber algo más, ser más culto, o estar más enterado del panorama literario de la región, o se elige el escritorio para leer como un profesional, o se escoge la forma que usamos muchos de leer en esos tiempos muertos, que realmente, usados con maestría, producen un tiempo vivo de lectura y meditación.
¿Pero quién puede leer en un Megabús atestado de gente de todos los colores, olores, y de conversaciones indistintas? O ¿Quién se deleita en la lectura mientras oye el grito de alguien a quien le acaban de sacar las cordales o lo han vacunado contra la Covid y contra su voluntad? Les doy la razón, pero recuerden que para concentrarse no necesita ser el pensador de Rodin en persona, ni un Borges que no ve, pero escucha, ni un Rodrigo Arguello que hace filosofía sobre la marcha. Una lectura sensata y lenta en esos lugares o espacios móviles que ya especifiqué, produce pensamientos, los pensamientos anotaciones, y las anotaciones son ideas que luego podemos desarrollar en casa, en la biblioteca, o en la oficina. ¿No es esto ingeniería lectora?
Siendo así el asunto, es que también debemos eludir la filosofía óptica de la abuela cuando esta dice que leer en los buses despega las córneas de los ojos, o que al leer en la calle lo pueden cogotear y robarle a uno hasta la sombra. Ni los ojos se caen, ni los bolsillos llegan con las mismas facturas sin pagar, antes bien, es de gran provecho aprender la técnica de los europeos que leen en los aviones, en los inodoros o mientras negocian una venta de armas en África o en las selvas colombianas. Es cuestión de hacer ingeniería con el tiempo, y saber que este es el único bien intangible que tenemos disponible, ya que fuera de eso, nos encaminamos, o a ser monos inteligentes, o a dormir como un mango, o resultar acribillado por el dogma de los tres ochos. (Ocho horas para dormir, ocho horas para trabajar, ocho horas para comer, ir al baño y desplazarse por la ciudad).
Como sea, nada más delicioso que estar en cualquier lugar de Pereira y memorizar poemas del citadino John Jairo Orrego (Recomiendo esa obra Las Flores del tiempo), o deleitarse con los cuentos de Óscar Abella, o Myrian Cadavid de Monsalve, o la literatura erótica de Martha Álvarez. En fin, en la maleta de la cultura hay mucho de dónde escoger, y más que eso, cada lugar de la ciudad puede ser propicio para convertirlo en una memoria de nuestras lecturas, o en un crimen para nuestra existencia solo yendo a Autoservicio Grajales a pedir tamal con jugo de guanabana.
Finalmente, a los que desesperan en los paraderos de la Cra 5a cuando solo ven pasar la ruta 17 y la 4 una tras otra; a los que esperan el Megabús, y lo encuentran más lleno que chiva hacia La Florida o inodoro de escuela; a los que hacen fila en un cajero de Bancolombia, o Colpatria para encontrar el saldo en rojo; a los que gestionan trámites insobornables en la Alcaldía de Pereira; les aconsejo que para leer bien, leer de forma práctica, y dejar de procrastinar con los libros que compramos compulsivamente, nada mejor que tener en la mano, o en la bolsa, un texto como La melancolía llega con septiembre del recién fallecido Fernando Romero Loaiza (Q.E.P.D), el primer Diario Íntimo de Yorlady Ruiz, que trae unas ilustraciones deliciosas (veo en ellas a Lilith o a Safo, o a Mesalina, o cada cual ve lo que desee), o esa biografía tan menuda y exquisita titulada Rodrigo Arenas Betancourt. El hombre, el escultor y yo, escrita por la pereirana Ruby Torres Londoño.
En fin, libros que una buena biblioteca pública como la Ramón Correa Mejía o el Banco de la República, o la Jorge Roa Martínez, nos pueden proveer según nuestro interés, aunque eso sí, si va a prestar un buen texto, devuélvalo porque ¿Quién no tiene un libro robado en su biblioteca personal?
Sin más, recuerden que ya no somos analfabetos, (ni podemos serlo en una época donde estamos saturados de buena información y tenemos abundantes autores risaraldenses de fina pluma), sino que todo consiste en dominar la naturaleza de los lugares, hacer ingeniería con el tiempo, y de engendrar vida literaria y cultural en los espacios que nos entretienen o nos roban el bien más preciado que tenemos: las horas. Salud, aunque sea con vino del D1, y mucha lectura para usted este año.
JACK LEYDEN JON. – La noche con un poco de licor
Me encantó esta entrada, me inquieta descubrir que unas ciudades son más verdes que otras porque además de zonas verdes, sus habitantes generan balcones y usos vecinales donde conviven con los animales y las plantas. Conocí en una ciudad el Parque de los loros y la gente les conversaba y les sabía los nombres como si fuesen sus vecinos. Y así, hay ciudades generosas, duras, trastornadas, parranderas, etc. Gracias por esta reflexión.
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Don Guillermo.
Es un gusto tener su opinión sobre el tema, pues ud es un viajero por excelencia, y ha conocido la naturaleza de las ciudades y sus habitantes. De nuevo muchas gracias por su comentario.
Saludos.
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