John Tambor de Caracol

«No hay mayor mentira que la verdad mal entendida.»
William James


Al encender la radio la primera canción que suena es «Bendición mami» de Mexicano 777. Es un tema que conoció en los años 90 cuando las calles eran duras. Sube el volumen. Tararea la letra «No hago compromiso con la vida si lo tengo con la muerte…» y sus ánimos empiezan a subir. John comprende que para existir en el bajo mundo debe lograr un trofeo, una marca que presumir entre sus amigos. Piensa en esto todo el tiempo, aunque también piensa en el arma de fuego que tenía, y que adoraba igual que a la Virgen María. Se la quitaron en una requisa improvisada: «¡Alto!» y de cara a la pared, le vaciaron sus bolsillos: un revolver 38 cromado, siete vainillas, dos escapularios, un cigarrillo apachurrado, y un lápiz escolar.

―Me trataron como a muñeca inflable los policías. Le dice a Cejitas, mientras enciende un cigarrillo y escucha la siguiente canción: «Así yo vivo» de Eddie Dee. «Era bella, Cejitas, tenía tambor de caracol. Todos los días le sacaba brillo.» Su amigo se mantiene en silencio y pide una calada del poco cigarrillo que queda para acompañarlo.

Pero John no se consuela solo con sus recuerdos. No se da a la perdida. O hace algo, o se tira por una ventana. Saca de un viejo baúl un Nintendo clásico, desprende la pistola con la que mataba patos en el videojuego, luego serrucha un tubo de cobre que embala con cinta negra del aparato, y queda igual que un arma hechiza, de las que vendían antes en el mercado de latas.

― ¿Y eso? Inquiere Cejitas.

―Es mi nuevo tote. Responde. Y hay que empezar a jugar. Solo es mostrar un tubo y la gente se desbarata.

Cejitas cree que John bromea. Pero él lo afirma con la misma seriedad, como cuando dice que va a la iglesia a recibir la bendición de la Virgen María. Sale en dirección al centro, y luego de un par de horas regresa con dinero para empezar una fiesta en el barrio. Los del combo quedan de una sola pieza cuando John, con felicidad, cuenta cómo atracó a un taxista con su nuevo juguete. «No se opuso.» Agrega.

Compra Brandy y cigarrillos para compartir. Todos sonríen. Lo palmean. Lo consideran de gran valor, y desde ahí comienzan a llamarlo «John tambor de caracol». No se arruga, no titubea. Sale a buscar lo suyo y regresa «gana´o». Sueltan en la fiesta la canción Jeremías 17:5 de Canserbero.  Todos miran y admiran su arma hechiza y quieren tener una igual. Sin embargo, aclara que no es el arma, es él, es decir, la forma o cómo aborda la gente y los amenaza con quitarles la vida o el reloj.  «La gente se despoja hasta de la hora», dice mientras cala un cigarrillo Premier. 

Se levanta de su silla y afirma sin convicción: «Jesús no llega a los barrios” y les sugiere que cada uno debe hacer historia, sin dios, sin ley, sin nada. Todos unen sus puños, casi, de manera infantil. Han dejado el juego de las canicas, las tapas y el 18 para empezar no a robar, sino a ser hombres como John Tambor de Caracol.

Pablito llega a la esquina y silba. Es la señal de que John, ya hecho hombre, puede ir a una fiesta privada y una fiesta de verdad. Salen juntos y llegan donde Sandra, o mejor, donde “La Bicho” como la llaman. El licor abunda. Hay varias niñas en la fiesta que también quieren ser grandes, pero con otro tipo de iniciación: acostarse con el héroe del barrio.

La música los aturde. Los que están ahí reunidos bailando son los pobres empeñados en sus sueños personales: robar, matar, vender droga. Estos que entienden que, o son los meros martillos y las ruedas de la ciudad, o son los que deben sobresalir a lo grande para ser hombres. En la fiesta no se habla de Marcial que está pagando cárcel en La 40 cuando lo cogió la policía atracando a un comerciante en la vía a Cerritos. Ni mucho menos de Diego, que en el patio tres de la cárcel se convirtió al evangelio, luego de hacer una promesa a Jesús de que, si lo sacaba de allí, se volvería predicador de su palabra.

El odio se camufla con el rap. Todos poguean y cantan al unísono. Se sienten eternos. John salta con el beat de la canción y de repente un hilo de sangre caliente baja por su rostro. No presta atención. No se alarma. Se limpia y sigue brincando. Suenan tres tiros en la esquina. La música se apaga por un momento, y se esparce el rumor de que han matado al Mono. «¿Quién sabe qué debía?» Se oye en la fiesta. Cierran la puerta por precaución y ven pasar a los asesinos. Dos jóvenes de menos de 20 años, que asustados, huyen por el guadual para escapar por el río.

El volumen del equipo se aumenta y la fiesta continúa. “Nada importa, cuando se debe todo”, dice John y junto a  «La Bicho» suben al segundo piso a consumar el acto de iniciación.  La noche, aunque joven, termina y como la calabaza, todo mundo para su casa. Al otro día John en su cuarto se siente solo, pues sus amigos son nocturnos, igual que sus ánimos cuando desea ser alguien entre los demás de su grupo.

Saca debajo de su almohada la pistola de Nintendo. La mira, se ríe y la bota dentro del baúl. Luego vuelve y la toma y se la pone en la cien.  «¡Bam!, ¡bam!, se acabó el teatro», piensa para sus adentros. Piensa lo difícil que sería un día decirle a sus amigos que jamás ha robado a alguien con esa arma hechiza. Solo quería ser como los demás, pero el precio a pagar es alto. «La cárcel», reflexiona, «destrozaría el corazón de mamá». Su mamá que está en España y que le envía dinero, cuya remesa él recibe y gasta con sus amigos, diciendo que es producto de algún robo en el centro de la ciudad, o es el quieto a una buseta.

Cejitas llega a casa y silva a John Tambor de Caracol desde la puerta. Al asomarse hace señas para que baje y ahí le comenta que tiene un negocio: atracar un hotel en la calle 8a. Él dice que está cansado. Que quiere dormir, que anoche tomó y que ya pertenece al combo. Eso es todo. Cejitas insiste, pero él se niega.  A fuerza de lidia termina prestándole el tote a su amigo, con el cual intenta atracar el hotel, pero la policía lo captura. En su condena le dan 5 años de cárcel.

John Tambor de Caracol no va a visitarlo nunca al presidio, ni mucho menos menciona a los demás qué sucedió con su amigo. Solo piensa que entrar al combo es un precio duro y difícil de pagar, y que Cejitas es el primer mártir de la verdad, porque él al mentir sobre su primer hurto, es el héroe de la mentira ante los demás y para sí.


Ghetto Boy (Gotas de Rap)

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