Hacer la América: El Orazio y el mar


«Lo hermoso se halla siempre en la orilla opuesta»
Otto Neubert


Hay vidas que son para leerlas, otras para vivirlas, y otras más para contarlas y en Lucía Donadío estos tres tiempos literarios y existenciales se conjugan perfectamente, ya que su primera novela Adiós al mar del destierro (2020), al leerla, huele a viajes, a sueños, a color azul; y al releerla sabe a tomate, a salami, a sal marina, a música barítona.

En esta obra, de errancia y trashumancia, cada página, como el silbido de un tren o la sirena de un barco, es una promesa, quizá no de felicidad, pero sí de peregrinaje entre dos continentes, porque, a medida que migramos con el protagonista principal, descubrimos, como una luz, un entramado de añoranzas familiares, de cosas dejadas atrás en el viejo continente, pero también de miradas nuevas y elementos que emergen del nuevo como la comida, las costumbres, el idioma, la forma de los afectos.

A través de Bruno Cattaneo, un emigrante joven calabrés, se manifiesta la gran voluntad de una familia, los deseos paradisiacos de encontrar una tierra y un cielo nuevo. En sus palabras: «Mi padre -sin saberlo, sin quererlo, sin pensarlo, me había embarcado en esta aventura. Desde que era pequeño supe que él soñaba con América. Cuando dormitaba en el sillón verde de la sala donde solía hacer la siesta con los ojos entreabiertos, musitaba: América, América, América, Fare l´ América. Hacer la América era el sueño dorado de los habitantes de mi pueblo.» Sueño que nos recuerda al Iohann Moritz de Virgil Gheorghiu, o al Karl Rossmann de Franz Kafka, cuyo viaje al joven continente es una excusa para la nostalgia, una extensión del drama europeo de la migración.

Así entonces, este viaje es semejante a un libro que emerge del barco de la memoria, ya que, más allá de la travesía de los Cattaneo, de alcanzar el sueño dorado americano, o el viaje hacia el Oeste, estamos frente al mar o la ausencia infinita de Lucía Donadío, que, por un lado, es una editora que va descubriendo un continente literario en Colombia con su sello Sílaba; y por el otro, es una esposa, madre, hija, amiga, que intenta llevar sobre sus hombros el transatlántico del afecto y los recuerdos.

De ahí que Adiós al mar de destierro, y su querido y amado hijo Camilo Duque Donadío (quien murió trágicamente cuando la novela estaba en imprenta), sean una realidad en presente, pues ambos fueron concebidos en el vientre y en el alma, y ambos son una verdad que configura a esta mujer, que en su prestigio y sensibilidad no deja de decirle a la existencia que lo importante nunca desaparece, sino que permanece como un sello de fuego en el corazón.

Todo esto junto es un fanal de 231 páginas que iluminan a Bruno Cattaneo, un nuevo Odiseo que migra de un pueblo italiano hasta el nuevo continente, buscando más que asilo, reencontrarse con su destino, ya que él mismo es heredero de un pasado que narra el presente como una forma de volver atrás. Orazio, la embarcación, hogar del protagonista hasta llegar a América, puede ser el Mayflower, el Granma, el HMS Beagle, que transporta no a un hombre, sino una raíz que da fruto en la tierra de promisión y también puede ser la metáfora del espíritu de Percy Shelley, Marco Polo, San Brandán, porque Bruno Cattaneo no quiere solo migrar para recomenzar, sino conquistar el espacio, el mundo, la libertad: «Ahora que estoy en América admiro lo que me rodea.» Dice con tesón.

Y precisamente, como si este fuera un Alexander von Humboldt, quiere conocer todo, disfrutar todo, sufrir todo, además de escribir todo sobre Colombia, ya que igual que su padre Nicola Cattaneo, este encuentra en la escritura una tierra nativa: «En un cuaderno que mi padre me regaló para que escribiera un diario de viaje, traigo las cartas para varios amigos de su juventud que viven aquí. En las primeras páginas del cuaderno escribió para mí retazos de su vida, me cuenta lo que no me habría dicho jamás si me hubiera quedado a su lado… escribir era el paraíso de papá» Descubrimiento que nos lleva a pensar que la escritura es un paraíso, sí, pero lo es también la vida del padre, que existe en ese cuaderno como Dios entre las escrituras.

Esta epifanía americana, sin más ni menos, es la trashumancia por los recuerdos íntimos y familiares de Lucía Donadío. Es el comienzo de una generación que inicia a partir del viaje de los Cattaneo en el Orazio surcando mares, sorteando vicisitudes culturales, cuya memoria no consiste en recordar, sino tener a la mano elementos como la pasta, el teatro, la arquitectura, la historia de los emperadores, el ideal de Garibaldi, y otros valores itálicos, para volver a encontrar la patria, aunque como Odiseo, lejos de sus afectos y elementos originales.

Finalizo diciendo, también, que Adiós al mar del destierro es la manifestación de los viajantes porque a estos, igual que a los Cattaneo, nada les ata más que el deseo y la sed de aventura por lugares insospechados, confirmando el principio de que una persona, una familia, o una nación, puede consolidarse en cualquier momento, dirección o latitud, pues quien ya no tiene una patria, halla en la escritura y gracias al mar, una nacionalidad.

El Orazio -es mi percepción- trae la semilla de los futuros Donadío y su descendencia en Colombia, ya que la acción, y la elección en función de los valores y sueños de un hombre como Bruno Cattaneo, introduce en América un determinismo nuevo, aunque igual que las palomas, siempre exista la añoranza romántica del retorno: «Vuelvo a la casa familiar, de anchas paredes y grandes presencias. Soy un viajero. Peregrino de la vida y sus afanes. No estoy solo. Están conmigo los que me aman. Mi historia vive en sus corazones. Regreso para celebrar la vida. Un pedazo de tierra me llama desde la eternidad. Tierra que es luz y sombra. Regreso después de setenta y nueve años, cuatro meses y siete días del primer viaje.»

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«O del mio amato ben»
Stefano Donaudy

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