Gabythlandia

«El imperio ha caído en manos de los niños»
Christopher Domínguez-Michael


La imaginación es un reino universal compuesto por súbditos voluntarios. Es un lugar gobernado por niños que funciona gracias a los sueños, los colores, los sonidos, las imágenes, y todo, literalmente todo lo que pueda imaginarse, puede llegar a ser real. Así inició Dios con el mundo creando jirafas, ranas, montañas, aves, gatos, delfines, hasta formar niños entre cápsulas de agua dotados de una poderosa mente para soñar y visualizar. ¿Poseen los niños el secreto de la cuarta dimensión?

Ea, ea, vamos despacio, pues antes de responder esto, primero hay que preguntarnos ¿Somos el sueño de alguien más, o simples personajes de un videojuego cósmico?, la inquietud es porque hay cosas tan predecibles en la tierra como el ciclo de la vida, y cosas tan misteriosas como los átomos y el puzzle de armar y desarmar. Por ello es que la imaginación siempre será ese eslabón perdido entre el niño y el adulto y términos como realidad o adultez, no sería nada más que el extravío de la poesía natural que habita en el alma, la ausencia de los colores primigenios que pintan la vida, la aventura arriesgada que produce adrenalina por litros.

Frente a lo anterior, es que dos niños pereiranos, Federico y Gabriel, están convencidos de que no existe una sola realidad, y que siempre hay que estar preparados para salvar el mundo de las fuerzas oscuras que amenazan su existencia. Claro, ellos no son Churchill y Roosevelt, ni Gokū y Vegeta, sino que el primero es el personaje principal de la obra «El imaginario mundo de Federico» (2010) de la escritora pereirana Consuelo Pineda Arismendy; y el segundo es el protagonista soñador de «Misión Gobethlandia: un chico llamado Gaby» (2017) cuento escrito por el poeta y guionista Andrés Galeano Rodríguez.

© copyright 2017. ISBN: 978-958-59615-1-7

Dos trabajos risaraldenses llenos de creatividad, derroche e imaginación, hijos de su época y con una alta dosis de atención, aunque el mencionado libro de Andrés Galeano, desde su publicación en el año 2017, no haya dejado de sorprender a niños, adultos, y al público en general, porque es una distopía infantil de 95 páginas, con figuras a color, que trata sobre un imperio futurista imaginado por un niño de 11 años llamado Gabriel Arciniegas, quien atrapado en las redes de la tecnología digital moderna, emprende una inesperada aventura fantástica hacia un post mundo situado en el avanzado año 4097.

Tapo, tapo, ¿Y cómo llegó hasta allá un pequeño aficionado al Xbox, a los celulares Samsung y seguidor de Spiderman, si estamos a 2.076 años de distancia? Esa teletransportación imaginativa  es interesante si comprendemos que fue gracias a un libro de tapas rojas y no a un tubo de Mario Bros o Lazy Town, que se produjo el hecho. Venga y es que ¿leer es un viaje? Sí, uno de ida y vuelta a la vida aquí y a la vida allá, o es el movimiento que permite intercambiar temporalmente la realidad por la fantasía aunque esta última no sea menos impresionante que la primera. Así es que Gaby aparece en un espacio-tiempo sin igual, de donde emerge un planeta tierra sin capa de ozono, conformado por ciudades encapsuladas llenas de publicidad holográfica tipo Blade Runner, carros voladores, ráfagas láser, robots, paisajes subterráneos, rebeliones indígenas, tiranías megalómanas, y un gran hermano que vigila a los ciudadanos semejante a «Un mundo feliz» de Aldous Huxley.

Mejor dicho, un viaje futurista de experiencia simulada que inició con un libro, que además contiene una gran enseñanza, o en la voz de pequeño protagonista: «Había una vez un niño llamado Gaby… a este niño no le gustaban las historias fantasiosas, y a pesar de tener el mejor abuelo del mundo, experto en fantasías y locuras, no lo valoraba. Pero Gaby fue al futuro y por primera vez se sintió todo un cavernícola. En ese tiempo comprendió que la ciencia es un juego de nunca acabar y que lo verdaderamente importante … es creer en lo increíble, y nunca dejar de soñar»

Una pequeña lectora de «Misión Gobethlandia: Un chico llamado Gaby»

Nunca dejar de soñar. Nunca. Ahora, si bien este libro de Andrés Galeano es sumamente entretenido para los niños, los adultos no ignoramos referencias que emanan del espíritu de la narración tales como The Matrix, Los Simpsons, 1984 de George Orwell, la filosofía de Friedrich Nietzsche, la fundación de Pereira, y por qué no, una crítica funcional al capitalismo, pero no a la manera de Walter Benjamin, sino tal como lo diría el rapero Nach Scratch: «Si ayer fue el signo de la paz, y hoy es el logo del Mercedes, en los parques ya no hay niños porque internet los atrapó en sus redes.»

Aunque esto es solo el comienzo porque hay mucho en «Misión Gobethlandia» pues al abrir sus páginas entrevemos escenas tipo Volver al futuro, Terminator, El Rey mono, y hasta Las aventuras de Tintín, ya que al conocer a Ching y Chang, o a Rob y Rab, compañeros de aventuras de Gaby, no podemos dejar de pensar en Hernández y Fernández, los famosos gemelos, que, en realidad, son un Macguffin narrativo, o un elemento que cruza toda la trama. Todo esto y más sale de la cabeza de Andrés Galeano quien plasma de forma creativa personajes singulares y entrañables y con los cuales nos podemos llegar a identificar.

Y no es por demás, afirmar que «Misión Gobethlandia: Un chico llamado Gaby» ha soportado un tiraje de casi 4000 ejemplares vendidos en Colombia, gracias a la esmerada labor editorial del Grupo Empresarial Ícaro, liderado por Yolima Gaitán, las ilustraciones de Andrés Eduardo Rico, la diagramación de Mario Calderón y Héctor González, la corrección de estilo de María Consuelo Betancourt, y también al auge de la literatura infantil en todo América.

Ahora sí es posible afirmar, regresando a una pregunta inicial, que los niños tienen el secreto de la cuarta dimensión imaginativa. Ya no es necesario tomar la píldora roja o azul, o caer por el agujero de conejo, o entrar a un ropero viejo con olor a naftalina, solo basta con leer el libro morado de Andrés Galeno, sobre el niño que al abrir un libro de tapas rojas, pasa de un espacio a otro y regresa airoso y convencido de que la tecnología no lo es todo, pues otro mundo es posible si nunca, nunca, nunca, se deja de soñar pase lo que pase o como diría Mark Twain, que sin saberlo, había descubierto una gran ley de la naturaleza humana: «para que un niño codicie algo, solo es necesario dificultarle el proceso de conseguirlo.»

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