“Porque en latín la palabra “poesía” es femenina… y eso es bueno para el subconsciente”
Joseph Brodsky
Diarios Íntimos (2019), el poemario de Yorlady Ruiz López, es un éxtasis de sensibilidad. ¿Por qué? Pues sencillamente porque la poeta ha sabido comunicar el sentimiento primario, el trance de la composición, dejando que el verso transforme la experiencia íntima del lector. Fenómeno que nos confirma lo dicho por T.S Elliot de que «Lo que importa en un poema no es nunca lo que dice, sino lo que es», o en otras palabras, no se trata de exigir que la poesía esté bien escrita (y en efecto lo está), sino que sea «representativa de su época» y resignifique un mensaje que gravita en el momento.
Así entonces, para acercarnos al trabajo de Yorlady Ruiz es necesario entrar en contexto, pues ella, al sumergirse en temas como género y violencia, actualiza los duros movimientos de la existencia ya que una relectura o actualización de la realidad colombiana, transmutada en poesía, no puede sino ser una valoración nueva del asunto, una forma de comunicar el dolor, la sensación o el placer del hombre-colectivo. Frente a esto, y de cara al que-hacer literario, una cosa es recurrir a la ley de la mímesis para componer versos, y otra, agudizar la sensibilidad poética para leer los acontecimientos inmediatos que resulte en algo tan denso y epidérmico como Tríadas:
Encerrados,
cercenados,
cuerpos se lanzaban al agua
para amortiguar el fuego hiriente del deseo.
Abrieron el umbral que se negaron en sus vidas pasadas,
surcaron la frontera del miedo que limitaba sus ansias.
La encontraron, comió sus bocas, se alimentó de su dicha
y una muralla de silencio los atrapó.
Afrodita reía a carcajadas ante esta osadía:
alguien quiso llamarse Dionisio, pero quizá nunca leyó esa historia.
Mandrágora se enredó en el miedo de su maraña,
armó un gusano de seda para siempre y nunca fue mariposa.
(Diarios íntimos. p, 42)
Aunque aclaremos, la buena poeta es aquella que no solo restaura unos hechos sociales ignorados, o una angustia soterrada, o una violencia impune, sino una que entreteje en su poesía los cabos sueltos de la existencia. En esa línea es que no es posible separar los versos de lo que acontece o se experimenta, a menos que los bajemos el cielo por medio de figuras o visiones extáticas, como sucedió con un primer Luis Fernando Mejía en Violeta de Oro (1946) o un Héctor Escobar Gutiérrez adepto a Omar Al-Kayyam. Pero avancemos, porque en Diarios Íntimos hay una precisión de imágenes, de economía de la palabra, de movimientos que no son una confección sofisticada, pero sí una inteligencia sensible que escapa a toda clasificación, aunque el prólogo de Omar Ortiz Forero resalte el cuerpo como materialidad verbal y el sexo como eros lingüístico.
Por supuesto, no ignoro en esta obra que los sentidos experimenten lo erótico, la metafísica del romance, o la madurez del tacto, salvo que las creaciones de Yorlady Ruiz no giran solo alrededor de las palabras, sino, en concreto, a lo que está detrás de ellas, es decir, su poesía una vez asimilada, cumple la función de restaurar la vida, lo inconmensurable de «lo vivido», o aquello que la abstracción y la reducción poética de Pereira le ha quitado a la forma temporal. Un lenguaje bien empleado por la poeta que encarna directamente el flujo y reflujo de la reflexión sensible, como se puede percibir en Derrotas de la sombra:
Cada calle que pasó es una derrota de la sombra,
un imposible que el vacío habita.
Están dibujadas en las libretas, descubriendo la antigua perspectiva,
una ilusión sobre las flores amarillas que derrama el guayacán.
(Diarios íntimos. p, 23)
Vocación poética esta de Yorlady Ruiz que se relaciona con la memoria, con la lista de los cuerpos anónimos, con la comprensión de lo inmediato o con lo que se nos oculta por el hecho de vivir. La poesía, vista de este modo, contiene dignidad y vuelve a ser al final lo que era al principio: bedel de la humanidad, porque el contenido elegido en el actual poemario responde a la percepción de la poeta ya que su finalidad no es captarse, o representarse a sí misma, antes bien, en este alcanza algo concreto que nos toca y vivifica porque la ausencia de destino, a decir de Friedrich Hölderlin, es nuestra debilidad. Por eso es que afirmo sin ambages que no hay estímulos artificiales al interior de las páginas de Diarios Íntimos, sino que cada poema transforma nuestros espejos personales en una ventana que nos deja experimentar la vida, o al menos, rozarla.
Y si la poesía salvará el mundo (lugar común), lo relevante no será buscar palabras hueras para aferrarse a ellas, sino huir de lo insustancial de las apariencias, transgredir la realidad con versos como los de Yorlady Ruiz y luchar por desvelar el misterio que supone existir. Porque la función del arte poético consiste precisamente en eso, en averiguar el rumbo de todo hombre concreto y sensible, y más que eso, en cambiar el espejo que este trae por una ventana que le deje ver lo real. Siendo sincero, la poética en Pereira aún no se cambia a este paradigma y dado que su correlato amenaza con dejar atrás a muchos poetas, es importante no perder el contacto con los otros para dotarlos de ojos nuevos para asimilar el mundo.
Finalmente, Yorlady Ruiz como artista es precisa y enfocada y su destino puede ser llegar un paso más allá de la senda de los creadores locales. Ya lo ha hecho poéticamente con Versos para tu fresca alborada (1998), o con Poemas para Juno (2009) y ahora nos entrega este bello libro (segunda edición) donde capta la realidad para transformarla, pues su mente tiene una «ley misteriosa» que resuena, verbigracia, en el revelador y epifánico poema Ya que mis manos:
Ya que mis manos son aspas,
tenaces cuchillas,
han aprendido a romper las palabras impuestas,
ese lenguaje incierto que devora.
(Diarios íntimos. p, 49)
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