“Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”
Jorge Luis Borges
El naturalista y psicólogo Herbert Spencer afirmó que para ser un buen hombre es preciso ser un buen animal. Una verdad que no deja de demostrarse en “La canción de los hacinados” (2018), el nuevo libro del vallecaucano John Walter Torres que contiene trece cuentos con fuerza argumental que nos recuerdan, por un lado, la escritura oscura de Rubem Fonseca y el estilo realista de Raymond Carver y por el otro, el toque limpio y sencillo de la redacción de Gabriel García Márquez en su fase temprana.
Un libro directo, crudo, duro, por momentos hostil, por instantes esperanzador, en cuya composición se aborda, sin ambages, la crisis del sujeto moderno: los recuerdos, el sexo, la amistad, la enfermedad, la angustia, el bien, el mal, la felicidad. Temas que bajo ninguna forma han perdido vigencia, ya que son cuestiones humanas relevantes que piden a gritos una respuesta contemporánea, y que no solo los profesionales del espíritu o el alma pueden dar, sino también la literatura por medio de esa facultad de retratar, en palabras, al hombre en su esencia, aunque eso sí, evitando caer en moralejas o adoctrinamientos.

Y sobre estas complejidades existenciales (y universales) es que hace su entrada “La canción de los hacinados” un trabajo literario impecable de 108 páginas editado este año por la editorial POEMIA y la Universidad del Valle que se empeña en desvelar por medio de narraciones (incluida una de no ficción) de prostitución, violencia partidista, sexo, amor líquido y otros asuntos afines, esa otra cara de la naturaleza humana: el mal. Ese mismo mal que puede ser violación a la libertad o a la esperanza de los otros seres humanos y que en otro tiempo tuvo su imperio hasta que apareció el bien para hacerle contrapeso.
John Walter Torres, Magíster en Literatura por la Universidad Tecnológica de Pereira, crea, desde su mente maestra, personajes que se desangran, literalmente, consuman sus pasiones, sufren existencialmente, excitan sus sentidos, desean cuerpos, gestan ilusiones, en esencia, hombres y mujeres vivos que por medio de sus acciones ponen en entredicho todos los ángulos del hombre –hasta el límite extremo de la vergüenza-, porque las pasiones humanas (desgraciadamente) deben ser alimentadas sin cesar en todas los ciclos de vida, pues aquellas no son una mercadería de sardinas que puedan envasarse por muchos años, sino que están listas, y en suspenso todo el tiempo.

Acciones, que, irónicamente, tanto en la narrativa, como en la realidad, resultan necesarias para la comunión con el bien y la justicia, sin dar a entender con aquello que el mal sea necesario, no, sino que sin él, (siendo sinceros), no habría historias que contar, jueces que contratar, o cárceles que construir. En este trabajo literario, desde la primera página hasta la última todos los seres con nombre propio: Juan “sin miedo”, Marina “la motosierra”, Bernardo Arango “el resignado”, Rachel “la lesbiana”, Samuel “pistola” y otros, están llenos de ahrimán, es decir, de una mentalidad obsesionada por lo oscuro, que busca consumar –a toda costa- su intríngulis, o pasiones, en una red de situaciones humanas. Instintos que, como carga de horror en la psiquis del hombre, se convierten en una coyuntura singular y única, que introducen en la red del determinismo un hecho nuevo: la estética del mal.
Porque esas historias creadas por John Walter Torres, no están lejos de otras situaciones reales de la vida cotidiana de los colombianos. Cada uno de los juicios y acciones de los personajes ficcionados por él, califica a los lectores, o al menos los confronta con circunstancias que han vivido, han presenciado o han leído en algún tabloide o noticiario. La temática trabajada en “La canción de los hacinados”, al igual que el hombre, es impredecible, pues esta se revela y se oculta de varias maneras inesperadas, y por ello es importante estar atento, releer si es necesario, observando, por supuesto, los giros, gestos, pliegues, sentimientos y diálogos allí presentes.
Porque hojeando el tomo en general encontramos títulos muy prometedores como: “Corazón asesino”, “Conan, el destructor de vaginas”, “El secreto del Cristo negro”, “El sueño de Andrómeda”, “Muerte al tiempo”, y “Un poema antes de morir”, entre otros encabezados, que al leerlos, y si acaso es su afinidad literaria, puede lograr cautivarle en gran manera, pues lo que allí se dice con un estilo oscuro, denso, directo, es tan conmovedor y seco como una hoja de afeitar olvidada en un gabinete, ya que el gusto, a decir de Paul Valéry, está hecho de mil repulsiones.

Solo huelga decir que en cada una de estas trece narraciones todo es más complejo de lo que se lee, pues aunque se aprecian escenas comunes que dan cuenta de la realidad colombiana, hay varios millones de hilos (porque no, átomos) ligados a las decisiones y palabras que los personajes allí emiten. Hay que saber entonces reconocerlos dentro de ese entramado textual, que ofrece no solo crudeza, sino un mundo estético interesante.
Así, con “La canción de los hacinados”, el autor nos da accedo a sentir y presentir unas vivencias que pueden ser nuestras y, por otro lado, nos entrega una salida para que la temática nos aleje de sí mismos y solo veamos aquellas experiencias como sucesos pretéritos o cuentos ficcionados, porque ya bastante se tiene con la sal de nuestra cultura que sazona con violencia la carne y la sangre que consume la historia. Es este trabajo escritural, una radiografía narrada de las pasiones humanas que puede leerse, como todo buen libro, bajo cualquier humor. Que suene entonces esta balada que libera a los buenos lectores y los pone más allá del bien y del mal con sus narraciones.
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