Jaque al peón

Con indiferencia M respondió que era un billete de mil pesos con la cara de Jorge Eliécer Gaitán y la de Fidel Castro a la derecha.


El hombre, que caminaba sospechoso, pero despreocupado por el centro de la ciudad, tenía un aspecto desaliñado:  barba, como peluquería mal barrida, vaqueros desteñidos, camisa a cuadros de leñador y botas gastadas por el uso. Lo único que le daba presencia era la gabardina negra que traía puesta, de esas que usaban los detectives policiales de los años noventa. Sudaba como un caballo.

En el centro, en el parque principal de la ciudad, un par de ancianos, de los que van cada tarde a jugar ajedrez debajo de los árboles de mango, discutían sobre por qué el escaque alquilado era verde con blanco. Sin poner reparo en ello, aunque meditando en la cuestión, acomodaban las fichas de cuando en cuando con minuciosidad para reiniciar la partida.

El hombre de la gabardina, que se hacía llamar M (eme), se acercó a ver la partida que se jugaba a esa hora. La estrategia de los dos hombres eran dispares. El anciano de la derecha en su primer movimiento usó el “Ruy López”, sacó el peón del rey al E2, luego el caballo al F3 y el alfil quedó libre; el anciano de la izquierda, en cambio, echó mano de una limpia ”Apertura inglesa”, movió un peón al C2, y el otro a la posición G2, para intentar liberar el alfil del rey.

M pujó.

El anciano de  aspecto tierno, con un bigote que parecía algodón debajo de su nariz y cabello blanco como la leche, respondió:

―«¡Qué!».

Las miradas se cruzaron. Y el anciano notó un bulto debajo del abrigo de M.

― «Pero qué es lo que lleva ahí escondido, joven», preguntó.

La frente de M aún estaba surcada por grandes perlas de sudor.

― «Es una piedra».

― «Lo sé», dijo el anciano. «Hasta un ciego vería eso. Pero para qué».

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M indiferente volvió la vista al tablero y  mentalmente figuraba la técnica de inicio “Gambito del rey”, que era mover un peón al E2, y otro al F2, aunque pensaba que un comienzo así lo podía dejar vulnerable.

― «¡Jovencito!», interrumpió el otro hombre, el contrincante que jugaba con el anciano.

― «El adulto le ha hecho una pregunta».  M se incomodó.

― «Es una casa para la venta», respondió. Todos se echaron a reír.

― «¿Una casa? Pero es solo una piedra. ¿Cómo puede ser una casa?».

― «Sí, es una muestra. Es la casa más grande y más bella que hay en todo Cerritos. La estoy vendiendo».

Los espectadores que estaban alrededor de la partida de ajedrez cobraron interés y no sabían si preguntar, o mejor, afirmar que el hombre estaba loco de remate.

― «¿Y por qué desea venderla?»

― «Bueno, es una herencia de mi familia. De mis hermanas y yo»

― «¿Y qué dicen ellas de lo que pretende usted hacer?»

―«Pues…», vaciló. «No creo que les importe mucho. Una de ellas tomó el velo, se hizo monja; la otra optó por la bragueta… ya sabe. Ambas son tan diferentes entre sí como el blanco y el negro, o como el color original de este escaque».

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El juego de ajedrez se interrumpió y M tenía toda la atención del público. Algunos le pidieron que les mostrara la piedra para observarla y así pesarla con la mano. Los más curiosos notaron que era polimorfa, de mineral puro, compacta. Otros miraban a M con incredulidad, pensando si acaso no era un “bobo-vivo”.

― «¡Jovencito!», exclamó el anciano con bigote blanco como lana. «Quiero darte un consejo».

― «¿Un consejo o una instrucción? Señor…».

― «No hay diferencia», agregó. Un extraño silencio invadió esa zona del parque. «Evita andar por ahí diciendo que vende una casa con tan solo mostrar una piedra. Podrías ir al manicomio».

― «¿Y qué haría yo allá? Acaso un loco podría comprar mi casa».

El anciano hizo silencio. Uno de los que estaban allí, un hombre flaco, tacaño en carnes y con aspecto de no bañarse en días, sacó un billete de mil pesos arrugado y se lo mostró.

― «¿Sabes qué es esto?»

Con indiferencia M respondió que era un billete de mil pesos con la cara de Jorge Eliécer Gaitán y la de Fidel Castro a la derecha.

― «Se equivoca», dijo el hombre. «Es una herencia de millones. Solo tengo una muestra. Ni porque estuviera loco cargaría todo mi dinero en los bolsillos. La ciudad es insegura».

Lo que al principio parecía un sarcasmo del desgarbado hombre y un intento de ridiculizarlo, pareció un buen argumento a M para responder.

― «De igual manera pienso. No podría cargar mi casa. La delincuencia es mucha».

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Los ánimos se caldeaban entre los  presentes. Y al cobrador del parque que prestaba el ajedrez según el tiempo de juego, no le importó, pues mientras pasaran los minutos esperaba puntual la cuota de los participantes.

Un policía que pasaba por el lugar abordó la multitud, encontrando una oportunidad de ejercer su oficio, ya que el nuevo código de la institución prohibía tener manifestaciones de más de tres personas sin permiso municipal.

― «¿Qué sucede acá? Preguntó el agente.

― «Este hombre vende una casa», respondió el anciano.  Y todos aseguraron con él lo mismo.

― «Bueno», dijo el policía, intentando calmar a la muchedumbre. «Y qué dimensiones tiene la casa. ¿Cuánto vale?, ¿Ha pagado valorización? Esto y otras cosas más son importantes a la hora de comprar una propiedad»

―«Usted no entiende, señor agente. El hombre vende una casa, y ha traído como muestra una piedra».

― «¿Una piedra?» Se rascó la cabeza y se aventuró a preguntar.

 ― «¿Puedo verla?» M sacó el pedazo de mineral debajo de su gabardina y lo depositó con cuidado en las blancas manos y pulidas del agente.

― «¡Es pesada! Parece ser de las canteras de Santuario. Material fino». Las personas miraban al policía esperando que tomara medidas drásticas con quien parecía era un estafador de poca monta.

― «¿Y?», preguntó el anciano.

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― «Pues no sé…» El agente del orden puso cara de indeciso. Luego miró a M de arriba abajo, aunque este se encontraba tranquilo como una ardilla encima de un mango. Con voz poco convincente, el agente ordenó:

― «¡Usted viene conmigo!» Y tomándolo del brazo izquierdo, lo alejó de la multitud por la carrera octava hasta el parque el Lago. Lo llevó de gancho, pero sin esposarlo para evitar azuzar a los transeúntes. Caminaban tranquilos como dos amigos que van a tomar cerveza al Pavo.

Ya en el parque, lo sentó en las bancas de cemento y preguntó:

― «¿Podría hacerme algún descuento por la casa?»

M sonrió y se dispuso a darle todas las especificaciones de la propiedad, contarle sobre la herencia, sus dos hermanas, y prometió darle un descuento especial por ser un agente que preservaba la ley y el orden. El policía agradecido le estrechó la mano y quedaron en una cita en la Notaria 1 para cerrar el negocio.

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