¿Qué recuerdos tienen esos niños de su infancia primera? ¿sabrán jugar a la pelota? ¿y si les contamos la historia de Pinocho sin metaforizar, o la de Pulgarcito, sin necesidad de enseñarles lo que eso significa?
La ciudad puede cartografiarse desde cualquier ángulo. Ya no basta un estudio sociológico para comprender que en Pereira las cosas no son como antes, o mejor, la ciudad está en constante flujo de personas que vienen y van y otras que están acá reubicadas a fuerza de lid. Es el caso de los niños Embera-Chamí, apiñados cerca a la la plaza de Bolívar, en el puente que conecta al centro con la avenida Circunvalar, en El Lago Uribe, o en cualquier parte de este entramado urbano.
Uno se pregunta, ¿es que acaso Caperucita Roja o el Hada Madrina no quiere a esos niños? Uno los ve tan infantiles, tan mendicantes, tan vulnerables, tan expuestos a lo que pueda sucederles. Es cierto, que en su cosmovisión autóctona, estos cuentos occidentales no calan, pero el traspaso de un ambiente natural, animales, ríos, aire fresco, bosques imponentes, a una ciudad gris, fría, vertiginosa, indiferente, constituye un gran pecado capital, si se quiere usar la frase del etólogo Konrad Lorenz, Gandhi u otros pensadores sociales.
Ellos corren con una pegatina, una carita feliz, para estamparla en la camisa de la gente, pero ellos mismos no son felices. Piden, pero no necesitan como si fueran vividores o haraganes. Algunas personas, al apreciar sus cuerpos untados de pobreza, miran estos ángeles con desdén; otros, indiferentes, solo esperan a ver cómo la tarde los alcanza blandamente adormecidos ya en el regazo materno.
Aunque primero que los niños, la gente posa la mirada en las mujeres, es decir, en sus madres, sobre las que recae el juicio a priori, de que están mal exponer a los hijos a mendigar dinero a los transeúntes, a causar lástima. Sin embargo, pocos preguntan, o solo algunos, se arriesgan a indagar el por qué piden (aunque se sabe, es para comer), y otros tantos entienden que esa sonrisa que esbozan al abordar a un transeúnte nace de una boquita huérfana.

¿Dónde está el padre? No es una pregunta que deba hacerse. No. Eso es necio. Esos tutores, toman, caminan, cantan con sus guitarras ¿Dónde está el servicio social o la ayuda del Gobierno? esto tampoco es una solución, pues la burocracia hace rato pisoteó los actos de caridad. Esa frase China y despersonalizada: “Dale un pez a un hombre y comerá hoy. Enséñale a pescar y comerá el resto de su vida”, no es tan importante cuando de remendar una vida rota por la sociedad se trata. ¿cómo pescar si el agua de los resguardos está contaminada por la minería? ¿Se aprende mientras el estomago gruñe?
Sin embargo, hay que aclarar que aunque existe una indolencia, propia de un capitalismo mal entendido, ni el hombre, ni el sistema, son respuesta para esos niños que desgajados de sus comunidades los han insertado en otra. Ciudad que bien o mal los recibe, pero no los entiende. Los alberga, pero no los sostiene.
¿Qué recuerdos tienen esos niños de su infancia primera? ¿sabrán jugar a la pelota? y si les contamos la historia de Pinocho sin metaforizar, o la de Pulgarcito, sin necesidad de enseñarles lo que eso significa. Solo el recrear por el recrear a un niño. Hagámoslo. Muchas vidas han cambiado por una canción, una lectura de un libro, o unas simples palabras nacidas del corazón.
Hay un reto de llenar, más que de monedas, la imaginación de esos niños Embera-Chamí que deambulan por la ciudad como un ejército de chiquillos de cara sucia y corazón limpio. Entreguemos más imaginación y menos miradas lastimeras, porque revirtiendo esa frase cruel de que “el infierno son los otros”, también una persona, para ellos,en cualquier parte de la ciudad, puede ser el mismo cielo.
No es unicamente en pereira tambien en Cali, muy buena reflexión hay mucho que aprender de nuestra propia cultura o forma de ver a los Embemas.
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Muy amable por su comentario. Claro que sí, es una realidad que se vive en todo el territorio colombiano. Un abrazo. Gracias.
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