«El que quiere todo lo que sucede consigue que suceda cuanto quiera. Omnipotencia humana por resignación»
Don Miguel de Unamuno
El hombre que me dio posada una noche de agosto no es un ángel, es un hombre. Sin duda merece un busto vaciado en bronce, pero no por nada heroico, ni siquiera por hospedar a un forastero, sino porque ha comprendido que la soledad, silenciosa como la luz, es, al igual que la luz, la más poderosa de las fuerzas. Es el único lugar donde vive desde que perdió a su madre por un cáncer y a su pareja en un accidente de tránsito y desde donde ha sacado fuerzas para seguir en pie.
Al oírlo, sus palabras dan a entender, que, sea cual sea el infierno que alguien habita, él ha estado ya en el y ha sobrevivido. Es paternal, de sonrisa golpeada por la suerte, de dientes lustrosos, aunque esa sea su segunda caja dental, desde que perdió la primera en un trasteo.
Pero no es él en ninguna forma un infierno para los otros: prefiere ser un cielo, pero sin azul y sin ángeles. Es un hombre adulto, que, sin ser escritor, tiene un nombre de otra persona. Adoptó el de su pareja en honor al amor y la amistad. Son sus ocurrencias las que lo han rejuvenecido de alguna manera, y es difícil, a simple vista, que alguien que sonríe tan fácil, haya tenido una existencia tan dura. Por eso prefiere el juego a la evocación; lo curioso a lo normal; lo divertido, a lo serio; la sonrisa, al puño.
Así por ejemplo tiene sábila detrás de la puerta de su casa, pero no para la buena suerte, sino que cada noche corta un brazo, extrae el áloe y se lo aplica al rostro mientras canta música romántica. Cree que el café es una semilla celestial, ya que dormido dice constantemente: “Dios bendiga al café”; y despierto cree que el azúcar es un agüero para espantar espíritus, creando un cielo para las colonias de hormigas. A eso se suma que sale a caminar por el sector, y regresa con plantas que roba de algunos jardines, luego las siembre y les pone nombres para tratarlas como hijas.
Una mañana se levantó y me lanzó un acertijo curioso antes de desayunar. “¿sabes que función tiene el azúcar?”. Mirándolo de reojo respondí “endulzar”. “No, el azúcar es un producto que pone amargo el café cuando se lo echa fuera”. Ese día salí al trabajo más confundido que despierto, pues cuando llegué a la oficina y conté el mismo acertijo, todos me miraron con cara de café sin azúcar.
Y fue en otra mañana cuando dijo: ¿sabe cuál es la diferencia entre estar desvestido y estar sin ropa? Enmudecí no tanto por la respuesta como por la pregunta. Al sentir esa timidez infantil se respondió para mí: “Estar sin ropa es ser uno mismo; estar desnudo es ser visto sin ropa por otros”.
El hombre lanza preguntas de ese tipo, sin que alguna vez lo vea uno leer un libro. Lo más cercano a encontrarlo instruyéndose es cuando hojea el almanaque Bristol 2018, que ya compró no sé cómo, y al que omito ver, porque me fastidia la famosa “Agua Florida” y los chistes de mal gusto, que, si fuera augurios, no esperaría nada del nuevo año. Mira con sumo cuidado la gacetilla, lee su signo zodiacal, pone el número de chance entre sus hojas y cuando reza, pone el librito al lado de las oraciones a la virgen.
Y es cuando se dedica a rezar que su perra, color negro, ladra sin parar. Él cree que los animales presienten influencias, por eso cuando el chucho se pone inquieta, el hombre sabe que ya ha empezado a descender el espíritu santo en el cuarto y ora con más intensidad.
Para mantenerla casta le da menjumbres de piedra alumbre molida para según él, le baje la calentura, porque según él, su mascota es virgen y morirá así. Yo trato de creer lo que él cree porque sería descortés llevarle la contraria, aunque personalmente haya tenido que soportar varios perros en fila en la puerta de la casa, al punto que uno de ellos llamado “León”, un poco más grande que un Chihuahua, casi tumba la puerta al sentir las feromonas caninas. La única forma de disuadirlos fue llamando a los bomberos para que espantaran esa jauría en calor.
El hombre cuida su perra como su vida misma, y le ha comprado una diminuta ropa y un par de orejas de reno. Aunque él también ya compró el estrén para diciembre y como es obvio, los pantaloncillos amarillos también. En ese mes saca el pesebre que compró en los años 90, y que, a su parecer, las cosas no pasan de moda si todavía están en perfecto estado. Yo sé que son figuras viejas porque cuando Rafael, el vecino, pone reguetón, los reyes magos caen de bruces encima de los borricos y una rata tiene al niño dios decorado a mordiscos.
No sé porque razón tiene un elefante dentro de los animales del pesebre. Si supiera que los macabeos los aborrecen porque Alejandro Magno invadió Jerusalén, seguro echaría el mastodonte al fuego y se rasgaría las vestiduras. Bueno, puede no hacerlo, porque su ropa en buen estado jamás pasa de moda.
El hombre que me hospedó un día de agosto merece un busto vaciado en bronce, porque todo hombre es el fracaso de un ángel.
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