El mundo en una pregunta

 

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Por: Diego Firmiano

Sobre qué quiero escribir, es uno de los temas que más me preocupa. Hay veces pienso en esto y en ocasiones aquello. El hombre, la vida, la muerte, el dinero, la ciudad, los animales, los amigos… un largo etcétera recorre esos puntos suspensivos. Pero hago un alto y pienso preguntándome para qué escribir si sería absurdo tomar la vida más en serio que una comedia de Shakespeare. En este círculo cada uno es el personaje de su propia historia. Y vaya que lo que se llama mundo tiene historias. Por eso es que evito caer en la tentación moderna de creer ser dios. Si pudiera escoger ser alguien, ese personaje sería el que menos desearía. La razón es que no soportaría saber tantas cosas que se hacen ocultas entre los hombres. Sería un desgaste para mi espíritu y un desencantamiento de la vida.

Por más que el fallido programa humanista haya hecho creer a media humanidad que el hombre es un ser de luz, eso no es nada más que paporretas. Antropos, hombre, lugar de luz. Basta de etimologías, no hablaré más de aquello. Aunque creo que en medio de tanta oscuridad hay personas que brillan como una tenue chispa. Aparecen y desaparecen. No soy un clarividente para afirmar nada que mis ojos no hayan visto. Solo que, si no existieran las leyes rígidas y la moral, no necesitaríamos infierno, pues ya se viviera inmediatamente en uno. Y no voy a ceder a darle crédito a esa frase del viejo Sartre de que el infierno son los otros. ¡Basta! Esa frase fue sonsacada de la moral de Sade, y para él, el infierno era su lugar preferido, pues tenía toda la libertad de gozar del fuego fatuo de los placeres. No hay nada más que decir.

Siempre he querido ver esa bondad del “buen salvaje”, pero lamentablemente toda persona busca o quiere algo. Es normal. Lo anormal es que alguien tuerza la conciencia de otro para lograr fines egoístas. Por eso huyo de las religiones y no creo en la democracia. ¡Recristo! Si lo hiciera no sería hombre, sino sub-hombre. Es prematuro creer que cualquier sistema de orden puede mantener a raya los deseos oscuros del hombre. ¡vamos! ¡vamos! Mejor paro acá porque me estoy poniendo maniqueísta. Prefiero creer que todos somos islas que flotan a la deriva y si dos personas están de acuerdo es por un claro malentendido.

Escribir, escribir, pensar, pensar. Si existo debe ser por un propósito. Dudo de aquellos que afirman que la literatura es una medicina. Que nadie los engañe. Escribir es una catarsis, es decir lo que callamos ante los demás.  ¿por miedo? Quizás. Los hombres son poco entendibles y juegan a la filosofía. Se contaminan, intoxican la razón y crean sistemas que luego traicionan. A excepción de los alemanes, claro.

La estufa cartesiana no arroja más fuego que el que le confiere la tradición. Desarmar para armar y armar para destruir. El pensamiento humano no tiene asidero. Por eso en mis noches solitarias, pienso sobre qué quiero escribir y para qué. Obvio que en el asunto hay tintes utilitaristas. ¡Maldito Bentham!, ¡maldito Stuart Mill! Pero que más da.  Soy un hombre, hecho de todos los hombres, que vale por todos y lo que cualquiera que ellos. Quiebro el lapicero, arrugo la hoja que luego da a la cesta de papeles olvidados.

 

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