Los periféricos: el votante

«La vocación del político de carrera es hacer de cada solución un problema.«
Woody Allen


Yo no tuve la oportunidad, como cuarenta y tinto de millones de personas de participar en elecciones políticas de ningún tipo, y por eso no tengo un carnet que acredité que soy un ciudadano modelo, y tampoco dependo de un trabajo de esos que pide como requisito papeleta de votación. Y no es que sea un mal ciudadano, es que la política es un dios Janos que tiene dos caras: una que anuncia promesas entre risas y otra que las incumple con muecas. Por eso no es justo que esos padres de la Matria jueguen con las esperanzas de la gente. Bastante tiene la sociedad con el pregón de las religiones y sus promesas prorrogativas, y las pirámides comerciales que no dejan de captar personas para malograrlas financieramente.

Ahora, no es que sea feliz ignorando la dinámica política, sino que por esas cosas de la vida, el juego burocrático y el cómo se maneja el país, no me causa estímulos de ningún tipo. Esto podría ser contraproducente, claro, porque también es germen de toda corrupción no ser veedor. Aún así, me identifico con Franz Kafka, que tanta aversión le tenía a los abogados y a los diplomáticos. Solo basta encender el televisor o ingresar a las redes sociales para ver cómo hay quejas, y quejas, e injurias, y hay memes sobre los políticos, los robos, del abudineaje y otras pesadillas sociales más. Ahí es donde me pregunto: ¿Cómo es que viviendo en sociedad no estamos del todo locos? Y planteo esto con respeto, porque hablar a todo pulmón, levantar la voz en la plaza puede ser un caso de atar. La sociedad perdona una infidelidad y hasta un asesinato echándolo al olvido, pero decir algo que tenga eco en los medios, o que calé en el imaginario social, puede ser devastador y contraproducente para la seguridad individual. Ustedes me entienden.

Sobre eso que nunca sufragué, creo mejor que nunca llegué a tiempo para depositar mi voto en la urna, igual que no estuve puntual para el funeral de mi padre que había sido asesinado por la guerrilla en la sierra montañosa por defender el gobierno de Virgilio Barco.  Se me puede acusar de apátrida o de estar enfermo de ataraxia por ignorar la política. Sí. Y es triste. Pero que más da. Pienso que la conciencia puede mantenerse en paz de esta manera, pues no es lo mismo votar por un malo conocido, que por un buen por conocer. Que va uno a participar de la guerra al elegir un mal candidato, o no disfrutar de una paz firmada. No nos engañemos, todos sabemos que eso es más abstracto que el número tres o la idea del poder.  El pensamiento y la autoridad es lo más virtual que existe. Incluso eso de votar por alguien es más metafísico que racional.

Se toman cinco naranjas para palparlas, olerlas, sentirlas. Luego se reemplazan esas frutas por el número 5. Después quitamos el número 5 y finalmente queda una mera cifra. Sí así se enseña a los niños a abstraer los números, entonces ¿cómo lo ha hecho el poder?, ¿cómo llegamos a reverenciar la autoridad como un fetiche? Porque vivimos y flotamos en medio de instituciones que no se pueden tocar, pero sí hay que venerar como si fueran madres decentes. Al final seguimos siendo niños viviendo en una gran cuna, con barandas, reglas, horarios, y obedeciendo a esa nodriza que se llama Estado. Aclaro. No me gustan los rusos anarquistas y todo lo que no sea orden, pero no es necesario buscar la redención en una obediencia ciega.

No sé si afortunado o desafortunadamente somos seres sociales. No hay diferencia entre nosotros y los perros de Pavlov que condicionados, esperamos algo, hacemos algo, nos conducen a, pensamos en, y todo bajo la premisa de orden y legalidad.  No tengo problema con eso. Pero que no intenten timarnos al hacer de la democracia y la sumisión una conjunción publicitaria.

Un ciudadano senti-pensante sabe que una ciudad se compone de psicología y de sociología. El experimento de la universidad de Stanford, que entre otras cosas, se salió de las manos de los especialistas,  es una muestra de cómo una pequeña dosis de poder, en manos de un individuo, o un grupo de gente, malogra la libertad. Ese individuo puede ser un dictador, como lo que sucede en Venezuela, o un grupo burocrático que hace de las suyas, como en la misma Venezuela.

No yéndonos tan lejos, sino acá cerca, hasta Francia, esto fue lo que el existencialismo llamó «la mala fe«, o el engañarnos con nuestros propios actos.  Por eso no he votado desde hace 14 años, es decir, desde que tengo 18. Haciendo memoria, nada ha sucedido diferente en Colombia (porque la violencia parece ser cíclica) a excepción de este mal proceso de paz que se estaba llevando a cabo con celeridad y que parece estar de moda, porque algunas hablan bien y mal de él. Hoy la mirada de la gente y sus oídos están prestos para las decisiones que se tomen en La Habana Cuba, y que marcará, o un nuevo comienzo en el país, o la continuidad de nuestras desgracias individuales.

Al final, cada mirada y cada voz es una opinión, y sobre esto, la última palabra la tiene la televisión. Cuarenta y tinto millones de personas sabemos que la política no tiene la misma visión de antes. Ahora, el proyecto de país no está basado tanto en una idea de bienestar colectivo, como en la satisfacción del deseo mediático del pueblo.  La palabra paz jamás fue tan publicitada como a comienzos del nuevo siglo. Términos como ese fueron señuelos para captar votantes para una causa. Yo no comulgo con la mala política, yo no derrochó mi X en la casilla de un votante. Yo no he votado ni votaré.

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